Prohibido pensar

Prohibido pensar

LEO BEATO
Cuando a Philip Welmont le ordenaron reportarse a la oficina del gerente pensó que el mundo se le venía encima. Las tripas se le encogieron como cuando su abuela le ordenaba de niño que la esperara en la cocina donde tenía una enorme correa colgando de la puerta a la cual ella llamaba «tu madrina». Miles de maripositas comenzaron a revolotearle en el estómago a pesar de que aún no había tomado el desayuno.

«Denken verboten hier» (aquí esta prohibido pensar) decía el letrero en alemán sobre el escritorio de Mr. Kraus, el dueño de la empresa quien había nacido en Franckfort de donde provienen los perros calientes también conocidos como franckfutters.

– Se me ha informado que usted se pasa el tiempo pensando y en el trabajo no se viene a pensar. Se viene a hacer lo que a uno le ordenan y san se acabó- sentenció el mandamás frungiendo el entrecejo y clavando sus pupilas en Philip como una garrapata tuerta.

– Aquí el único que piensa soy yo. ¿Entendido?

– Entendido, señor.

– Pues manos a la obra- le ripostó el gerente indicándole la puerta de salida.

– Además, si deja usted de pensar se le aumentará el sueldo- sentenció cuando el muchacho tenía ya medio cuerpo del otro lado del pasillo como si se tratara de la frontera divisoria entre México y los Estados Unidos.

– ¿Entendido?

– Entendido, señor- carraspeó Philip Welmont como si estuviera aún en los Marines donde lo habían entrenado a obedecer sin pensar como a un pastor alemán. Sin embargo, se dijo a sí mismo, «esta es una sociedad de máquinas y no se permite pensar».

– ¿Qué dijo que dije?-le gritó Kraus como si ambos estuvieran perdidos en medio del mar.

– Nada, señor. No he dicho nada.- temeroso de que el gerente le leyera también la mente.

«En este país el que piensa no encuentra trabajo», le había dicho su compañero Gabriel Quintana el lunes por la mañana. Haz lo que te dicen y se acabó. Si te preguntan diles «ich weiss nicht» (no sé nada) como contestan en Alemania. Y punto. «Y por supuesto, no se te ocurra ver televisión -continuó diciendo su amigo- la televisión es una adicción peor que la cocaína crack y te programan la mente como a un zombi. Te programa a no pensar». De repente se acordó de lo que había leído esa mañana: «Para comer hay que trabajar y para trabajar hay que aprender a no pensar. Ese miedo crónico a no tener trabajo y no poder comer es el arma más poderosa para controlar a los zombies que pululan por nuestras calles. El miedo es la clave de Satanás».

– El problema es que estás pensando demasiado- le dijo Carolina, su mujer, cuando llegó esa noche a la casa después de haberse pasado cuatro horas leyendo en la biblioteca pública al doblar de la esquina de su casa.

– El que piensa no come porque lo único que puede hacer es dar clases y en cualquier país del mundo los maestros se están muriendo de hambre. Si sigues pensando te plantearé el divorcio- profetizó Carolina con las manos en la cintura como una loba minotaura.

– Eso que has dicho es un sofisma- le contestó Philip Welmont a su mujer.

– ¿Ves? Te estás convirtiendo en un filósofo y también éstos se están muriendo de hambre de tanto pensar. Quiero un divorcio al menos que busques ayuda profesional.

Y así fue cómo Philip Welmont comenzó a asistir a las reuniones de los PA (Pensadores Anónimos). Como los AA (Alcohólicos Anónimos) éstos siempre empezaban sus reuniones recitando en coro como en un credo apostólico: «Soy un pensador anónimo y no tengo remedio. Reconozco y me pongo en manos de un Ser Superior.»

Desde que comenzó a asistir a esas reuniones el hombre empezó a sentirse mejor.

Asistía a su trabajo sin pensar, veía al menos cinco horas diarias de televisión y hasta comenzó a mejorar su manera de caminar. Ahora caminaba erguido pero mirando hacia abajo para no tropezar. Compraba los productos que veía anunciados en la pantalla chica y votaba por los candidatos que le decía su mujer. Además, se comía cuantos platos ésta ponía delante de él sin cuestionar su contenido de azúcar o de colesterol. Se convirtió en una criatura sumisa y obediente y no volvió a pensar jamás.

– ¡Mis felicitaciones! Veo que está usted progresando mucho y que ya no piensa más en el trabajo ni en su casa- le dijo Mr. Kraus un viernes por la tarde al chocarse con él a la entrada de la fábrica. Recomendaré su ascenso en la próxima reunión de la Junta.

– Gracias, Señor, pero no es necesario. Ya he llegado al grado mas alto de PA (Pensadores Anónimos), al último peldaño de nuestra asociación. Ya soy un graduado.

– ¿Y en qué consiste ese gran honor de graduación de no pensar?- indagó Mr. Kraus.

– Me acabo de inscribir en el Partido Republicano.

En Dominicana equivale a inscribirse en cualquier partido político.

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