Eran dos los que iban caminando. Uno se apoyaba sobre un bastón con la mano derecha. Al otro de forma disimulada le temblaba todo el cuerpo. Al aproximarse a la puerta de pensiones del Ministerio de Salud. Eran ocho los que esperaban. Todos con piel arrugada, cabello blanco, de habla pausada. Algunos con lentes oscuros producto del glaucoma y otros con aparatos en los oídos para escuchar mejor. Todos médicos, de la tercera edad con enfermedad crónicas no trasmisibles: Hipertensión, Diabetes, Parkinson, Demencias, Artritis, Depresión etc. Pero estaban allí en una causa común: Arreglar una pensión de miseria de 15, 22, 26 mil pesos mensuales, después de dedicarle 35 a 40 años como cirujano, pediatra, ginecólogo, ortopedista y cardiólogo al Estado dominicano. Para mi rabia y dolor habían dos que fueron profesores de pregrado; Médicos que nos marcaron a través de una referencia ética, moral y de sensibilidad con la vocación del servicio médico. Al despedirme incliné mi cabeza y hombro para devolver la gratitud de siempre y para siempre. Cicerón decía: llegar a la vejez enfermo, pobre, con deuda y desprecio es una desgracia.
La pensión de los médicos es la expresión de insolidaridad, desprecio y exclusión de un Estado y de una sociedad sin derechos, deshumanizante y perversa, que intimida a que todos aspiremos a ser políticos y oportunistas para poder desangrar al presupuesto y pensionarse como las del Banco Central o la Superintendencia de Bancos, Diputados y Senadores, Síndicos y Regidores con pensiones de 800, 500, 450, 300, 100 mil pesos mensuales. Y para mayor burla no llegan a los 65 años.
Esa mañana me di cuenta qué pobre somos los médicos; a veces acumulamos algo y se va en una enfermedad debido a que estamos desprotegidos, sin hospital, sin buen seguro y sin un Estado que nos garantice una vejez digna y respetable. El pronóstico y radiografía de los médicos jóvenes es peor. Ahora pagan menos, trabajan más y tienen mayores riesgos: demandas, supervisión, empleos sin buenos contratos, retiros de los incentivos al pensionarlos, y un pobre seguro de salud que no garantiza las enfermedades crónicas no transmisibles. Si los médicos jóvenes y adultos no se empoderan y demandan mejores pensiones y Estado de derecho con dignidad e inclusión, mañana serán los envejecientes, con igual pronóstico que mis admirados profesores. La vida del médico(a) es desigual y diferente. Es decorosa y satisfactoria; pero materialmente impagable, y existencialmente desgastante, para recibir pensiones de miseria. Los médicos de ahora no pueden ni deben olvidar a los médicos envejecientes, debido a que nos espera la misma historia: los adultos de hoy maltratan a los viejos del mañana.