Propongo un ejemplo

Propongo un ejemplo

A principios de julio de 1966, el recién juramentado Presidente Joaquín Balaguer pidió a la Organización de Estados Americanos (OEA) que cesase en el suministro de los recursos para el pago de la nómina pública. Desde los días posteriores a la constitución de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP), el organismo multilateral asumió esa obligación.

En realidad eran fondos del tesoro estadounidense, canalizados a través de esa institución para suplir las menguadas contribuciones internas al tesoro público.

Varios de los amigos del mandatario pensamos que cometía un error, y así lo comentamos en una tertulia vespertina que se producía en el despacho del Vicepresidente Francisco Augusto Lora. Balaguer, sin embargo, tenía unos objetivos tan definidos como certeros. Sabía que, si comenzaba a mostrar iniciativas creadoras, el país despertaría de la modorra. Y hacia el 1 de agosto comenzó a censar los habitantes de las antiguas caballerías de Rafael Trujillo, ocupadas por centenares de ocupantes ilegales.

Pero en el curso de ese mes redujo la nómina pública en número y valor pagable, congeló salarios y precios, y alquileres de viviendas, y dispuso el rescate para la producción, de las tierras en el contorno oeste de Azua.

Hacia el 16 de agosto comenzó la construcción de las viviendas de Matahambre.

El doctor Güido D’Alessandro nos llamó en el curso del mes. Deseaba que concertásemos una cita entre el Presidente y los hermanos Bruno y Alcides Del Conte. Balaguer, que los conocía, los recibió el mismo día en que recibiéramos la solicitud de nuestro amigo Yuyo. Ambos le ofrecieron financiamiento y el trabajo para la continuación de la autopista hacia el norte, que en 1961 quedó frente a la factoría de Concepción Batista en Bonao. Sin que ninguna administración pusiera un gramo de concreto, allí esperó esta carretera la llegada de los hermanos Del Conte ese año.

En Azua, con la asistencia de técnicos de Israel, inició la siembra de plátanos y tomates, que hacia principios de 1967 ya eran una realidad en el mercado. Apoyó al licenciado Fernando Alvarez Bogaert para que la misión china impulsara programas similares en el campo arrocero, en tierras agrícolas de los Municipios de Monseñor Nouel y Valverde. Hacia principios de 1967, ese arroz también penetraba al mercado generando una reducción de su precio.

Parceló una antigua finca al oeste de la capital, propiedad de Héctor B.

Trujillo, que antes que de éste fue de otras familias dominicanas. Ofreció financiamiento de bajo costo y la donación de los terrenos, a quien presentara proyectos de industrialización de materia prima local o importada. Pronto el perfil de este proyecto, conocido como zona industrial de Herrera, se definió por la transformación de bienes intermedios importados, bajo la política de sustitución de importaciones.

Entre tanto, el crecimiento vegetativo de los tributos cubría holgadamente los requerimientos cada vez mayores de una política de inversión tan afanosa como evidentemente progresista. Y comenzaba a contemplarse cuán acertado fue el Presidente cuando pidió a la OEA que cesase de suministrar recursos para cubrir el sostenimiento de la administración.

Desaparecían los escollos encontrados en el camino, y únicamente los políticos, derivados sin duda de la guerra civil, persistieron, persiguiéndolo. A ellos, a cuanto se viviera entonces, y a sus años al lado de Trujillo, debe el que aún se levantan voces que recriminan sus actuaciones públicas.

Jamás temió el que lo llamasen timorato, pues nunca quiso usar guantes de boxeo, aunque en su juventud, fue fisiculturista, e hizo ejercicios gimnásticos y aeróbicos hasta edad avanzada. Centró su vida pública en llegar a los objetivos que trazaba, y lo mismo concebía viviendas para campesinos en batey Ginebra que para contribuir al ornato de El Cercado.

Sembró el país de obras que crecían como suelen reproducirse las hierbas en la tierra.

Pero tenía objetivos. Objetivos muy definidos. Por eso, tal vez, a la hora de su muerte, el cortejo fue lento y quejumbroso. Los humildes que acompañaban el féretro arrancaron la carroza fúnebre de manos de los militares del Cuerpo de Ayudantes de la Presidencia. Hubo gente que gritó desaforada que ese muerto era de ellos.

Y concitó este ardiente fervor, si bien nunca propició que la burocracia pública creciese como el hongo en la humedad entre los palos. Prefirió que los ingresos públicos tomasen el surco de la reproducción por vía del ahorro. Y aunque menos sagazmente en sus últimos diez años, debido sin duda a las limitaciones de edad y visión, cumplió una obra que puede servir de ejemplo. No para que se le copie, pues nada en la vida puede ni debe ser calcable. Sino para que se tome como pauta.

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