Protestar: ¿chic o kitsch?

Protestar: ¿chic o kitsch?

Los partidos políticos no entienden el sentido de las protestas contra la reforma fiscal.

Unos porque creen que es posible poder capitalizar el descontento espontáneo de los miembros de la clase media y montarse en la carroza de las protestas para avanzar sus causas partidarias y otros porque han sobredimensionado lo que en modo alguno implica una conspiración contra ningún líder político ni mucho menos conlleva la crisis de un sistema de partidos claramente articulado alrededor de dos opciones políticas, contrario a la profecía de la dictadura de partido único avanzada hace algunos meses por connotados analistas sociopolíticos.

Una cosa queda clara: es la clase media, principalmente la media media y la media alta, la que alimenta este movimiento. Es evidente, una vez más, lo errada que es esa visión propalada por la izquierda tradicional de que la pequeña burguesía es trepadora, intelectualoide y oportunista, prejuicio que se remonta al propio Marx, quien consideró a esta clase como un estrato temeroso de un indetenible proceso de proletarización, una clase al borde de un ataque de nervios pues sabe que, en la indetenible marcha del capitalismo, lo suyo es la crónica de una desaparición anunciada. Las protestas contra la reforma fiscal demuestran que nuestra clase media es una reserva  moral capaz de asumir causas universales.

Pero no debemos confundirnos con la universalidad de esta causa. Si en verdad la reforma fiscal hubiese afectado a las grandes mayorías de la población, por ejemplo, si se hubiese ampliado la base del ITBIS o se eliminase radicalmente el fraude eléctrico, no cabe duda de que las plazas de Santo Domingo no pudieran contener los miles de manifestantes. Pero esta reforma afecta fundamentalmente a los que son contribuyentes formales, es decir, a las empresas transparentes, a los trabajadores que les descuentan sus impuestos y a los miembros de la clase media que presentan anualmente su declaración jurada ante la Administración tributaria.

Los trabajadores no protestan porque en realidad la reforma no les ha tocado tan duro como pudo haber sido y, además, porque tener trabajo en estos tiempos y en República Dominicana es un privilegio. Los desempleados permanentes, los habitantes de nuestros cinturones de miseria, los excluidos, los marginados, aquellos que Marx ignoró simplemente por ser “lumpen-proletarios”, tampoco protestan porque, al estar fuera de la economía formal, no son tocados por el brazo tributario del Estado y muchas veces son ayudados por la mano del Estado Social en su distorsión clientelar o no.

¿Protesta nuestra clase media porque teme unirse al proletariado como siempre afirman los marxistas ortodoxos? Pienso que no. La clase media dominicana protesta porque se siente indignada más que por un motivo propio de ese muchas veces irreal e inexistente “homo economicus” de marxistas y neoliberales.

Su motor es la indignación moral. Indignación que hoy fluye por las redes sociales de la internet de modo irrefrenable e incontrolable. Indignación que crece segundo a segundo, que se alimenta en cada tweet, que se compara con la indignación de otros sectores, de otras causas y de otros países. A veces puede ser una protesta chic –quien en los 70 del siglo pasado no voceó “Balaguer muñequito de papel”, a ver si podía conquistar con ese guiño político la joven rebelde cuyo pupitre estaba al lado del nuestro- o “kitsch” –cuando vemos, por ejemplo, esa camiseta del Che Guevara convertida en “mercancía de la rebelión”.

Pero, en todo caso, hay que decirlo, la protesta contra la reforma fiscal se nutre de la indignación y no del interés, ni económico ni partidario. Cabe aquí resaltar un valor adicional de la protesta como manifestación de los derechos políticos de los ciudadanos. La preservación del “derecho a la protesta”, como ha señalado el constitucionalista Roberto Gargarella en Argentina, es clave en un Estado que se precie de ser democrático y liberal. El derecho a la protesta es el “primer derecho” porque “es la base para la preservación de los demás derechos”. Se afirma así que “en el núcleo  esencial de los derechos de la democracia está el derecho a protestar, el derecho a criticar al poder público y privado. No hay democracia sin protesta, sin posibilidad de disentir, de expresar las demandas. Sin protesta la democracia no puede subsistir”.  Por eso, la protesta pacífica no debe ser penalizada ni hostigada institucionalmente.

Toca ahora a los políticos tomarse en serio las protestas y adoptar las políticas públicas necesarias e impostergables que calmen una indignación que todavía no es popular pues se restringe a los estratos medios y altos de la clase media.

Frente al disenso de los indignados se requiere el consenso transparente de todos los ciudadanos, de los partidos y de la sociedad civil para encaminar la sociedad dominicana por el sendero del desarrollo económico y la esperada justicia social.

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