Protestas y desmovilización

Protestas y desmovilización

El incremento del desempleo, de la deuda externa, del costo de la canasta familiar, de la corrupción en los sectores público y privado, del gasto corriente que limita el gasto social, de la impunidad, del desguazamiento del Estado, de la inversiones sin sentido de pertinencia que sólo enriquecen a sus ejecutores, de la intolerancia e ineficiencia del gobierno, de la inseguridad ciudadana, de la incertidumbre sobre el futuro del país, del deterioro de los servicios básicos y de las calles, caminos y carreteras, son motivos más que suficientes para que se sigan extendiendo las protestas en todo el territorio nacional.

Las protestas contra este estado de cosas, más que expresión de un derecho, es un deber de quienes de ellas participan y de quienes la dirigen. Sin embargo, de nuevo planteo que la forma en que estas generalmente discurren, si bien se constituyen en la única manera de lograr objetivos (muy puntuales, la verdad sea dicha) y que sus reclamos sean oídos por el gobierno de turno, todavía están muy lejos de constituirse en medio de acumulación de fuerza capaz para la construcción de una alternativa a la presente forma de dominación política.

La heterogeneidad de las demandas, la significativa presencia de sectores corporativos de gremios de signos reaccionario y corrupto y, sobre todo, la violencia que se le imprime a las protestas, constituyen los factores para que estas no logren superar su carácter espasmódico e impolítico que desmovilizan la población.

La cultura de la violencia que prácticamente toda la izquierda enseñó a una franja importante del sector popular que participaba de las protestas en los años 60 y 70, sigue presente en las casi todos las acciones de protestas que se escenifican en el país. Igualmente, permanece la atávica actitud de los gobiernos y gobernantes de turno de impedir el libre ejercicio de la protesta y demandas en los espacios públicos abiertos usando y azuzando el instinto represivo de la Policía Nacional.

Pero, son los sectores populares y de izquierda los más afectados por forma atávica en que discurren las acciones de protestas. Ello así, porque en más de cuarenta años de acciones de demanda en las calles, todavía resulta casi imposible que aquí, a diferencia de otros países de la región y del mundo, la gente descienda a las calles de manera multitudinaria y plural a exigir sus reivindicaciones.

Las pedreas, los incendios de gomas, la presencia de encapuchados, la ruptura de vidrios de los negocios y las balas policiales impiden que las protestas sean realmente de masa, limitan su contundencia y que se constituyan en momento político que organiza la gente en torno a objetivos generales.

La construcción de cualquier alternativa de cambio se hace en los espacios, en el territorio, dejar que estos sean usados únicamente como escenario de la política en los procesos electorales, solo conviene a quienes más recursos tienen. Usarlos para construir conciencia de cambio y no para desmovilizar es usarlos contra gobiernos que sólo reproducen riqueza produciendo pobreza y exclusión.

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