Prud’homme y Ramón Matías Mella

Prud’homme y Ramón Matías Mella

RAFAEL SOLANO
La creación artística, sea cual fuere, no acepta comparaciones. Tan fútil es tratar de establecer la mayor Belleza entre un atardecer en Puerto Plata y aquel del Palmar de Ocoa, como poner en la balanza la Quinta de Tchaikovsky en competencia con la Tercera de Rachmaninoff. La Belleza es única, una experiencia concreta del espíritu, no supone comparaciones, ni siquiera con ella misma; lo llamado feo, no es lo opuesto a lo bello.

La fealdad es un concepto inasible, un mero punto de vista, estrictamente privativo de la personalidad. Belleza es la Verdad del universo manifestada.

Viene a cuento lo anterior ante la persistencia de comparar el Himno Nacional Dominicano con la Marsellesa de Francia.

A cada cual lo suyo y dejando la Marsellesa en su lugar, nuestro Himno, música y letra, es en verdad una obra para sentirse orgulloso. En las manos de la pianista María de Fátima Geraldes, parece y realmente es una pieza de concierto; en nuestras más preciadas voces, es un aria de indiscutible valor lírico con todos sus matices. El Himno de Reyes y Prud’homme encaja en todos los órdenes de la composición universal.

Sólo que, en el ámbito puramente nacional, ha subsistido una pequeña astilla sin limar. Se cuestiona, ¿por cual razón no incluyó Emilio Prud’homme el nombre de Mella en sus letras junto a Sánchez y Duarte? Parecería hoy este argumento un vago material de chismografía histórica; mas, en su tiempo, el debate afloró sin que las propuestas de enmienda llegaran a consumarse. Prud’homme no transige con su himno, hecho piedra sobre piedra, severos cálculos y ajustada métrica. Arístides Incháustegui, en su bien documentado opúsculo sobre nuestro Himno, nos muestra cartas cruzadas entre el venerado autor y algunos intelectuales de la época, movidos en suspicacia por la tal omisión.

Don Emilio aduce con simpleza no muy convincente, que «cuando uno escribe versos piensa en versos», por lo qué, nombró a Duarte porque rimaba con «baluarte». Y a la vez agrega, «…quién sabe si, en lugar de tratarse de la palabra baluarte se hubiera tratado del vocablo «estrella», se me hubiese formulado en el pensamiento el verso: donde el genio de Sánchez y Mella»

El músico que esto escribe se descubre reverentemente ante la magna figura del poeta, para desde su humilde solio preguntarle a su ilustre compueblano cómo ha resultado imposible para su magnífico estro encontrar espacio en seis largas estrofas, para mencionar a Mella… ¡Solo cuatro letras, respetado profesor, en dos cortas sílabas!

El músico no trata… ¡Dios le libre!, de sugerir una enmienda tardía para complacer «in memoriam» la inquietud a este respecto de don Félix M. Nolasco, Emilio Morel, Eugenio Deschamps y otros letrados.

El músico inquiere, recita, canta y observa con detenimiento el ritmo poético de cada verso, y concluye, la obra es perfecta, todo corresponde a una medida, una lógica, un sentimiento, fino intelecto.

Después de concluida la composición, tal como está, hubiese sido una catástrofe mental insertar a juras el nombre de Mella, con una sola opción: re-estructurarlo todo o recomenzar. He aquí las propias palabras de don Emilio Prud’domme en su elocuente defensa: «Esos versos se escribieron para esa música y esa música se escribió para esos versos». A continuación nos muestra el poeta su plan de trabajo: «Diez y seis decasílabos anapésticos, agudos dos a dos, los versos, y ocho frases musicales isócronas e isorrítmicas, la música, o sea el aire preciso del canto, donde encajaron aquellos desde el primer momento, como en su propia casa»

Al mencionar a Mella, aunque guardando con extremo cuidado la enorme distancia, recordemos de pasada que la autoridad absoluta ejercida por Rafael Trujillo fue incapaz de imponerse ante los que propugnaban incluir su nombre en nuestro Himno. Han debido replegarse después que el pulso les temblara con su funesto intento, que tampoco recibió el esperado coro de apoyo.

De vuelta a la Marsellesa, sin comparaciones, posemos sólo una mirada de reconocimiento hacia el uno y la otra: aquella, de melodía imponente, bien concebida, comporta un texto vibrante que suscita actitudes violentas salpicadas de sangre por doquier, que al decir de muchos en su propia tierra, resulta disonante frente al mundo actual donde se busca la conciliación a todo precio; propuestas de modificaciones han surgido, sin encontrar soporte. El nuestro, por su parte, es un canto austero, de gloria y esperanza, exalta y reafirma la dominicanidad, es una exhortación hacia un presente-futuro glorioso, preservado por el denodado amor a la Patria.

La música de José Reyes, es pura y simplemente, una «petite symphonie héroïque». ¡Alcemos, pues, nuestro canto con viva emoción, quisqueyanos!

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