Prudencia en la frontera

Prudencia en la frontera

La crisis haitiana, como ha venido planteando HOY editorialmente en los últimos meses, termina por reflejarse en los asuntos dominicanos. La profundidad de este impacto dependerá de las previsiones que nuestras autoridades tomen para minimizar esos efectos.

La acción contra militares destacados en un puesto de vigilancia en el lado norte de la frontera, con el único aparente objetivo que robar las armas, es algo que debe obligar a declarar un alerta en toda la delimitación, pero evitando que pueda convertirse en una histeria.

Debido a la situación de virtual guerra civil que vive Haití es muy probable que la frontera se convierta en un lugar conflictivo.

Nuestras autoridades deben hacer previsiones para recibir riadas de refugiados y se debe comenzar a solicitar la cooperación internacional para prever los efectos de estas corrientes de desesperados en nuestra economía. Desde hace muchos años la República Dominicana es el destino de los refugiados económicos de la aplastante miseria de los haitianos, pero es también refugio de sus políticos, de la misma manera que en el pasado lo fue esa nación de los dominicanos, incluidos algunos de los patricios, como Francisco del Rosario Sánchez.

El impacto que tendría, sobre nuestra economía maltrecha, una corriente de desesperados y miseriosos refugiados sería desastrosa, además de que terminaría por hundirnos, realmente hundirnos, en un abismo del que nos tomaría décadas salir.

Estamos acostumbrados a improvisar las soluciones. Nuestros gobiernos han tenido a Haití como un problema distante, del que casi nunca se quiere conocer nada. Para la mayor parte de los dominicanos Haití simplemente está al oeste, después de la frontera. Pero en estas circunstancias es necesario establecer un programa, previsiones a corto, mediano y largo plazo para evitar consecuencias inconmensurables.

No es asunto de alarmar y, como hemos planteado, debemos mantenernos con absoluta calma, pero con la calma que produce la previsión.

La improvisación generaría nerviosismos al momento de actuar y las consecuencia de actuar sin un plan produciría errores en cadena.

En este caso es aplicable el castizo refrán que plantea que “guerra avisada no mata soldado… y si lo mata es por descuidado.”

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La existencia de las fronteras, en todas partes del mundo, son el planteamiento de un conflicto que permanece latente. La dominico-haitiana no escapa a este concepto inherente a la definición de todas las demarcaciones territoriales.

Haití surgió del dolor. Primero España, con una formidable improvisación de gobernantes estúpidos, despobló el oeste de la isla a sangre y fuego, a la vez que declaró proscribo a todo el que se establecía en esa parte de la isla. Los franceses aprovecharon el despoblamiento para apoderarse del terreno, traer esclavos y matarlos con excesos de trabajo. Cuando surgió Haití como nación independiente, hizo valer su superioridad militar sobre lo que es hoy la República Dominicana.

Durante el siglo XIX no menos de seis invasiones que arrasaron poblaciones enteras con gran crueldad fomentaron entre los dominicanos un gran resentimiento hacia el Estado haitiano. Este resentimiento no ha sido totalmente borrado, mientras que del lado haitiano se fomenta otro resentimiento sobre la base de que ahora los dominicanos se siente superiores porque han logrado un mayor desarrollo, mientras los haitianos han involucionado al primitivismo.

En los últimos años los haitianos han formado ghettos en las ciudades dominicanas, lo que los aísla y fomenta ese resentimiento hacia los dominicanos.

Sin embargo, lo cierto es que en la práctica haitianos y dominicanos se asimilan. Hay grandes familias dominicanas de origen haitiano y hay familias haitianas de prominencia que llevan sangre dominicana.

Aún cuando prevalezca el conflicto latente de la frontera es evidente que no se trata de algo que pueda llevar a una confrontación de las dos naciones a menos que pequeños incidentes, como el del sábado pasado, provocados por haitianos o dominicanos, pueda encender los ánimos de la población.

Por esto necesitamos prudencia en la frontera.

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