No es fácil establecer si el psicoanálisis ha sido rechazado solamente debido al ateísmo y agnosticismo de sus originales proponentes. O si acaso se trata del temor de gentes supuestamente adultas y maduras de enfrentarse con determinados temas subyacentes en sus inconscientes.
Las propuestas de Erich Fromm, tanto en El Miedo a la Libertad, como en Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, son sumamente prometedoras para el manejo de los problemas que han venido confrontando las sociedades occidentales, y bien valdría la pena utilizar dicha perspectiva psicoanalítica para entender problemas fundamentales de nuestros países.
Luego de casi seis décadas desde la muerte de Trujillo, pareciera que todavía no somos lo suficientemente maduros para que sea interrumpido el silencio de nuestros hombres de liderazgo; o de hacer algo más que rituales de ruidosos exorcismos como para que su espíritu del trujillismo no nos acometa. A lo sumo hablamos por lo bajo sobre el tema. Y como destaca una admirada escritora y jurista, ni siquiera uno ha mostrado arrepentimiento ni culpa, ni ha declarado complicidad.
Uno de los más interesantes propósitos del psicoanálisis aplicado a nuestra sociedad y cultura, consistiría en determinar los niveles de madurez-infantilidad de nuestras gentes, especialmente de nuestros hombres, principales protagonistas del acontecer social y político. Idea conexa con el tema de la capacidad para ser libres y auto-administrarse quienes pertenecen a culturas que nunca se formaron de manera sólida; sino que, como deberían decir (y no dicen) los antropo-folkloristas, son el producto de un hibridismo y sincretismo cultural que raya en el desorden, a no ser porque esos residuos de culturas y religiosidades africanas y aborígenes lograr organizarse un poco en la cultura y religiosidad traídas por los europeos, portadoras desde su origen de esquemas racionales más elaborados y coherentes.
Los proyectos independentistas de países pequeños siempre le parecieron quimeras a no pocos de nuestros hombres de negocio y Estado. La estabilidad de nuestros gobiernos era precaria y de corta duración, hasta que la deuda pública externa prohijó una ocupación aduanal y militar que diera origen y sustento a una dictadura de mayor duración. Si Trujillo fue un gobernante astuto y disciplinado, no es menos cierto que su dictadura fue montada sobre el desarme total de los caciques y grupos regionales de poder, y de cada hombre que portara un arma de fuego. Dejó de ser válida aquella copla campesina: “El hombre para ser hombre cuatro cosas ha de tener: su caballo, su revólver, su bohío y su mujer”.
Los muchos cambios de gobierno, coloniales y nacionales, introdujeron diversidad de influencias culturales, y también falta de identidad y propósitos nacionales; habiendo así propiciado una sociedad-cultura carente de profundidad y firmeza.
Hemos demostrado que deseamos la libertad y la democracia. Pero no está igualmente claro qué tanto hemos madurado para merecerla y administrarla. Posiblemente todavía estamos demasiado cerca de actitudes primarias, regresivas en el sentido freudiano, procurando el paraíso perdido, hombres-mamitas lloradores de quimeras, merengueros de cinturas alegres, carentes de planteamientos serios y sostenibles en pos de identidad y propósitos nacionales.