Psicopatología de la corrupción social

Psicopatología de la corrupción social

Decía Gabriel García Márquez: ”La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y como la recuerda para contarla”. La corrupción social dominicana tiene su historia, su memoria, y su patología. Es un aprendizaje social que se transfiere de generación en generación. Algo tan disfuncional y disocial, que la hemos aceptado como algo endémico: como el Dengue y la malaria. Tomás Bobadilla y Pedro Santana no podían entender la actitud de Juan Pablo Duarte, cuando entregó la lista del gasto de cada centavo a la Junta Gubernativa para el gasto militar de la Batalla contra el ejército haitiano. Esa acción de Duarte lo distanciaba del repartidor del dinero público: Buenaventura Báez, el hombre que fue seis veces presidente, bajo los símbolos de “el repartir, comprar, dividir, prestar, permitir coger y la famosa práctica “el dejar hacer y dejar pasar”. Duarte era el extraño, el raro, y quien desintonizaba, el poco conocedor de la sociedad dominicana. A Francisco Espaillat lo empujaron las élites, los conservadores y liberales por no comprar el tabaco a la flor, pensionar las viudas de los generales, pagar la madera del Sur por adelantado y coger préstamos a las colonias. Era mejor que volviera Báez, que hacía y posibilitaba todo, sin escrúpulos, sin memoria, sin miedo a la historia como diría Lilís: “para qué temer a la historia si yo no la voy a leer”. Esa corrupción articulada por los grupos y actores que se repartían el dinero, la tierra, la madera, el tabaco, los puestos, los ayuntamientos; fueron los que le cerraron el camino a Duarte, a Espaillat, a Bonó, a Hostos, a los Henríquez, etc. Pero sí permitieron y alimentaron a los corruptos y perversos: Báez, Lilís y Trujillo. Esa patología social dominicana, de la que hemos sido incapaces y funcionales para practicar lo correcto, la honestidad, la trasparencia, y el respeto en lo público y lo privado de la vida democrática.

Solo los pueblos de memoria corta y de luz corta olvidan y repiten sus dolencias y patologías. El sabio Balaguer decía: “La corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”. Pero tenía la malicia, el cinismo y la flexibilidad de decirle a un funcionario “le felicito, me dicen que tiene una villa hermosa en La Romana y finca”. Era la forma de decirle corrupto, ladrón, pero no le sus pendía, debido a que los controlaba con la cultura del favor, del miedo, de la vergüenza y de la sumisión total. Fue la patología de la corrupción de los grupos, que no pudo entender al intachable y transparente Juan Bosch, que al salir del poder tenía menos de cien pesos en su cuenta de ahorro, sin casa, y sin bienes. Literalmente, la mentalidad y comportamiento de la sociedad dominicana ha evolucionado poco, más bien, se queda en el pasado, se niega a sí mismo, el inconsciente colectivo funciona al encuentro de la búsqueda del padre permisivo, sin normas, sin reglas, sin consecuencia, sin autoridad, sin límites y sin modelo de referencia. Por eso imitamos a Báez, recordamos y practicamos a Balaguer, por lo bajo reclamos al jefe Trujillo. Se nos olvidó la historia, no recordamos el pasado. Ya no recordamos quiénes somos, ni cómo hemos llegado a esta patología social de la corrupción. Vuelvo a García Márquez.” La vida no es la que uno vivió”.

Sino la que uno recuerda. Y cómo la recuerda para contarla. La corrupción no es percepción, ni indelicadeza. Es una práctica social y cultural enfermiza, que la realizan personas de conducta disocial, que la articulan, la administran y la reproducen lo público y lo privado, para legitimarse como una identidad, una cultura, un sistema de referencia y patología de grupo que excluye y liquida al que se niega o no la digiere. Para el colmo, la impunidad la legitima, la hace viable y le borra la memoria.

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