Hace unos días, frustrado por el crecimiento de la criminalidad en los últimos diez años, una de las más prestigiosas figuras de la jerarquía católica ha solicitado psiquiatras para las prisiones. Esto, buscando asistir y mejorar a los criminales con desórdenes de la conducta.
Las personalidades antisociales y el crimen en general anidan preferentemente en grupos y en países socialmente descompuestos, podridos, donde el liderazgo anda apandillado y las mafias de todo tipo manipulan las instituciones de orden público. La literatura sobre el fenómeno de la criminalidad en el subdesarrollo es abundante, indicando una causalidad multifactorial. Lo hemos escrito antes.
El ataque a esta aberración psicosocial ni comienza ni termina en los penales. Se inicia dignificando a los gobiernos y concluye con el individuo, pasando por indispensables estadios intermedios. No es una enfermedad como la esquizofrenia o la bipolaridad con tratamientos que conocen y aplican los psiquiatras.
En las cárceles, por supuesto, deberían de funcionar servicios clínicos para los enfermos mentales que, dicho sea de paso, carecen de asistencia médica una vez en libertad. Quizás en el penal reciban su primer y último tratamiento.
La población carcelaria consta de un alto porcentaje de enajenados, y una intervención profesional, aunque sea breve, es un alivio. Sin embargo, de vuelta a la calle, repiten las violaciones y terminan encarcelados, pues no tendrán la ayuda necesaria. Es el Fenómeno de la puerta giratoria: entran y salen continuamente de los hospitales y de las prisiones.
Si los endocrinólogos trataran a los diabéticos en una fábrica de dulces, los resultados serían tan decepcionantes como el de los psiquiatras tratando delincuentes en las cárceles.
No queremos de ninguna manera decir que a los bandidos y a las bandidas no se les trate de rehabilitar. En absoluto. Lo que sucede es que la asistencia es compleja, y el psiquiatra es tan sólo parte de un equipo. A mi entender, carecemos de esos equipos; y si los tenemos son escasos e insuficientes. Las organizaciones religiosas pueden desempeñar un papel importante en la prevención de los desórdenes de conducta, ocupándose de la vida espiritual del individuo y de la familia, predicando valores, educando a las comunidades y abogando por el mejoramiento socio-económico de la población. Pero para ser efectivos, no pueden andar con la cruz en una mano mientras que con la otra agarran lo que sea, y de donde sea. Las falsedades son de los políticos. Zapatero a tus zapatos.
Ahora bien, creo que de lo que hablamos- a eso debió de referirse la Iglesia- es de aquellos delincuentes de la gleba, de los desesperados sociales que se deforman, matan, trafican, roban y terminan derribados por una bala o entre rejas. El próximo paso deberá ser, igual que el de todos nosotros, denunciar y buscar los mecanismos legales necesarios para meter en la cárcel a los delincuentes que nos gobiernan. Concentrarse en ellos, darles duro. Entonces, si alguno está loco y no es bandido, llevémosle los loqueros a La Victoria.