En el mundo occidental los centros de investigación científica, llámense universidades, institutos, escuelas de medicina, hospitales docentes o clínicas tienen como soporte básico elemental su material de servicio, experimentación y docencia. Cada una de esas instituciones se regirán en base a principios y metas que descansen en un marco legal y ético. Durante mi entrenamiento de postgrado en la década de los setenta del pasado siglo, en el Hospital Cook County de la ciudad de Chicago, institución equivalente a una ciudad sanitaria de hoy día, puesto que constaba de varios edificios que albergaban los servicios de ginecoobstetricia, pediatría, medicina interna, psiquiatría, cirugía, urología, radiología, emergencia, anatomía patológica y patología clínica.
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El programa de entrenamiento en patología era de tipo piramidal; teníamos en el año inicial o primer nivel unos 15 médicos residentes pero el número de plazas se iban reduciendo hasta que al llegar al cuarto año solo había cupo para 4 médicos residentes. Basado en los resultados del servicio rendido se escogían temas científicos relevantes o inusuales y se preparaban para discusión y potencial publicación en revistas médicas acreditadas. Cada miembro departamental estaba muy pendiente de la calidad de su servicio, así como de la detección de casos que se salían de lo rutinario a fin de examinarlo detalladamente y con mayor profundidad. Al completar un semestre se llamaba a los galenos para notificarles con anticipación si iban o no a continuar su entrenamiento en la institución. De ese modo los despedidos tenían tiempo suficiente para solicitar empleos en otros lugares. Es costumbre en Norteamérica que empresarios, familias adineradas y grandes consorcios financieros asignen una determinada cantidad de recursos, a manera de donativos para la investigación de ciertas enfermedades, terapias emergentes, programas de rehabilitación o ensayos preventivos. Para acceder a esos créditos hay que hacer propuestas específicas y llenar un sinnúmero de requisitos. Como reza un texto bíblico “Muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Cada año se genera un mar de angustias debido a la incertidumbre que embarga a los equipos de hombres y mujeres amantes del quehacer científico pues no saben si permanecerán o no en los cargos. Tanto en Europa como en los Estados Unidos durante siglos se siguió la costumbre en la carrera de medicina de iniciarse con la práctica profesional desde donde se podía escalar a la posición de investigador. Tras validar y publicar en revistas reconocidas por la comunidad científica, ese profesional presentaba su trabajo en eventos nacionales o internacionales y de ese modo afianzaba su posicionamiento intelectual.
La rivalidad en la lucha entre las distintas entidades dedicadas al mundo de las ciencias médicas es el motor que mueve hacia delante el desarrollo constante de nuevas técnicas para tratar, curar, rehabilitar o prevenir viejos y nuevos malestares que afectan a individuos como a gran parte de la población. Tal ha sido el caso de la pandemia de la covid-19. Quienes solamente se dediquen a los servicios médicos sin asociarlos a la investigación, ni al logro del reconocimiento científico serán víctimas de muertes prematuras. Cabe como anillo al dedo en el corredor científico la conocida expresión “ publicas o pereces”.