Público se hace cómplice de la calidad
de primer concierto

Público se hace cómplice de la calidad <BR>de primer concierto

POR REYES GUZMÁN
El primer concierto del Festival Musical de Santo Domingo reunió a un público fiel a la calidad y a los buenos programas. Con dirección de Philippe Entremont y la Orquesta del Festival (músicos de la Sinfónica con refuerzo de invitados), se interpretó “Alborada del gracioso”, de Naurice Ravel; “Noches en los Jardines de España”, de Manuel de Falla; Evocación”, de Isaac Albéniz y “Bolero”, de Ravel.

Las cuatro piezas fueron suficientes para que el público apreciara la bella y limpia interpretación.

El concierto no sólo permitió sentir la dirección de Entremont, sino verlo tocar el piano en la obra “Noches en los Jardines de España”, paseando sus dedos con carácter, dulzura y pasión. Los músicos correspondieron al mandato y le brindaron aplausos, fusionados con las reacciones de los presentes. El también aplaudió a los sobresalientes.

La primera noche fue dedicada a España y como concertino estuvo Ludwig Müller. Con rostros de satisfacción el director y algunos músicos intercambiaban expresiones, como atestiguando que lo realizado salía con etiqueta de superación.Y es que cada ejecutante puso lo máximo para que todo saliera bien. Hubo buena química.

El programa abrió con “Alborda del gracioso”, la cuarta de las cinco piezas de la colección “Miroirs” (Espejos), de Ravel. Es una especie de serenata matinal, para celebrar un festival. Según datos de Julio Ravelo de la Fuente y Margarita Miranda de Mitrov, la referencia del gracioso es a un personaje del teatro español.

La segunda entrega fue “Noches en los Jardines de España”, en la que el autor agrupó tres nocturnos para piano y orquesta, recogiendo impresiones de lugares y escenas de su Andalucía. Después de un intermedio de quince minutos, el público disfrutó de “Evocación”, con pases a El Puerto y Corpus Christi en Sevilla. Albéniz se inspiró en el folclor andaluz. Por datos del programa, la obra se inicia con un solemne tema de marcha que se escucha a lo lejos. El grito evocador de la tragedia de Jesús le da forma a la pieza.

La última obra fue “Bolero”, en la que Ravel se concentró para plasmar lo que consideraba propio para un ballet. Con 16 compases construyó un monumento sonoro, en el que la repetición no cansa, sino que alimenta el sentido de la audición.

Tres minutos de aplausos sirvieron para atestiguar que el concierto logró su propósito, el de recrear las mejores obras y presentarlas con ribetes de oro. Si emocionado estaba el público con el cierre, más el director Entremont, quien con calma mandaba a poner de pie a los que consideró los más destacados. 

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