Puchito, los días «no» y otras señales

Puchito, los días «no» y otras señales

Era un hombre poseedor de una peculiar simpatía. Con ese desenfado de capitaleño viejo, conocedor de personas, hábitos y trayectorias de todo cuanto existía en la entonces pequeña y familiar capital dominicana, Puchito Peguero, como se conocía al licenciado Rafael Rodríguez Peguero, impactaba con el ágil uso del humorismo ingenioso, del donaire, la gracia y el chiste.

Puchito estaba alerta a las primeras manifestaciones del día. Si al levantarse tropezaba, se caía, se le derramaba el café en el pijama o algo por el estilo, disponía su atención para captar cualquier próximo evento inconveniente, como que el automóvil no encendiera al accionar la llave.

De presentarse algo así, cerraba el carro, regresaba a su casa, se quitaba el traje y volvía a ponerse su pijama. Ese día no ponía un pie en la calle aunque tuviese una audiencia en el tribunal. Delegaba la función en otro abogado de su oficina, aunque éste no tuviese suficientemente documentado para defender al cliente y tuviera que ingeniárselas para una posposición.

Creo que fue leyendo a Tito Livio que me enteré de que los antiguos romanos solían marcar con piedras negras los días desventurados y con blancas los que discurrían gratamente. Mi padre decía que habían días «sí» y días «no». Para él eran una realidad. A diferencia de Puchito, como en nuestra casa tanto mi madre como yo cuidábamos de que nada lo molestara, él se marchaba a la imprenta con toda normalidad, pero los acontecimientos que se producían determinaban si era un día «sí» o un día «no». Si lo primero en aparecer a su puerta era un cobrador o una persona especialmente antipática, y luego se dañaba una máquina, era un día «no». Entonces él se arrinconaba, medio se ocultaba en un rincón y prohibía todo contacto, ya fuera con sus empleados o con visitantes. Si por alguna razón surgían cosas buenas: vinieron a pagar un anuncio, la máquina se arregló sola, o cosa por el estilo, salía de su enclaustramiento y regresaba a la normalidad.

Sin dudas, hay personas dotadas de capacidades perceptivas, que son capaces de atrapar sensaciones que les sirven de guía en el tránsito por las densas neblinas de la vida. Yo no soy una de esas personas. A mí los acontecimientos me caen encima como una lluvia súbita que se desprende de un cielo claro y limpísimo. A lo sumo percibo ocasionalmente que se están formando circunstancias propicias para algo desconocido e insospechable.

Por ejemplo, he sentido una inexplicable urgencia por estudiar alguna cosa, y resulta que poco después ese estudio venía a ser imprescindible para realizar alguna tarea insospechada. Así sucedía cuando yo no tenía la menor idea ni propósito de viajar a Francia. Me podía desempeñar con el alemán, el italiano y el francés. Me propuse mejorar mis conocimientos de los tres idiomas…y empecé por el francés. Meses después el presidente Balaguer decidió terminar con el conflicto de dos personajes que aspiraban al nombramiento de Embajador en Francia…y sorpresivamente me designó a mí.

)Podría alguien pensar que yo no hacía gestiones o estaba enterado de algo?

Pero hasta esos impulsos de preparación es que llegan mis atisbos.

En cuanto a señales de días «sí» y días «no», me confieso ciego y sordo.

Gracias a Dios, me ajusto sinceramente a aquel consejo de Unamuno en cuanto a que la regla más alta y valiosa que había logrado establecer tras una vida de pensamiento, estaba constituida por «una cabal y religiosa docilidad a la vida».

No percibo señales misteriosas.

Dejo que hablen los hechos del próximo minuto y el próximo día.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas