Puchulán Rivera, en mis recuerdos

<p>Puchulán Rivera, en mis recuerdos</p>

TIBERIO CASTELLANOS
No recuerdo por que yo asistí a ese mitin en el parque Colón de Santiago de los Caballeros, aquella noche del año 46 del siglo pasado (me van a perdonar la fecha exacta). No recuerdo si era domingo y el mitin sustituía a la retreta de esa noche, a la que yo siempre asistía. Vivía muy cerca de allí en la calle Cuba, en casa del Profesor Valencia.

Aquello fue una sorpresa colosal, un gran descubrimiento. No era un mitin de los que yo había presenciado hasta entonces. Recuerdo dos oradores, no recuerdo si alguien más habló en ese mitin, Mauricio Báez y un famoso intelectual comunista cubano, dirigente obrero que fue también legislador en la Cuba de entonces, Salvador García Agüero.

Hablaban de jornadas de trabajo con horas y días limitados, de salario mínimo, de libertad sindical, de libertad de prensa, en fin, que yo me quedé con la boca abierta.

En las peñas y corrillos donde se reunía la gente más avisada de la ciudad, se comentaba en esos días sobre un movimiento promovido desde el extranjero y destinado a conseguir algunos cambios en la situación dominicana. Movimiento que Trujillo aparentemente consentía, presionado quizás, también desde el extranjero. Mauricio Báez y Salvador García Agüero venían a este mitin de Santiago después de participar en un Congreso Obrero efectuado en La Capital, acaso el primero efectuado en el país.

Días después se me acercó Sobeida Almonte, una muchacha que igual que yo, también estudiaba en La Normal, para invitarme a una reunión, sin explicarme exactamente de que se trataba. Pero algo debió decirme que yo estuve ciertamente interesado en asistir a esa reunión en casa de los Moore (Enna y Fellín. Enna era mi profesora de literatura). Bueno, pues se trataba de formar el comité de Santiago de la organización llamada Juventud Democrática. Se me dijo que, previamente, habían seleccionado a un joven de la Escuela Normal, pero que este por alguna razón no podía aceptar. Y que si yo quería sustituirlo como representante estudiantil en ese comité. Luego de un primer instante de sorpresa, yo acepté.

Días después, por el mismo Puchulán Rivera, yo me enteré que él era el joven aquel a quién yo había sustituido en aquella empresa, que a mí se me antojaba justa y necesaria, aunque también peligrosa. Peligrosa pero justa. Puchulán y yo estudiábamos tercer año de bachillerato. El curso funcionaba dividido en dos aulas A y B. No recuerdo cual letra era la de mi aula. Puchulán estaba en la otra.

Conversábamos a veces, en los recreos. Sólo a veces. De ese grupo de la otra aula con quien yo conversaba más era con un hijo de Don Rafael Vidal, cuyo nombre no recuerdo ahora. No era difícil imaginar, por qué los activistas de la Juventud Democrática habían pre-seleccionado para su equipo a Puchulán Rivera: era un deportista, alto, de presencia agradable, de hablar pausado, de correcta dicción. Y no se si los activistas de Juventud Democrática sabían también que por su desarrollado sentido común y su capacidad de análisis, los muchachos de la Normal decían: -Puchulán es un filósofo-.

Hablamos una noche en la esquina de las calles Cuba y El Sol. Esto lo recuerdo bien. En la esquina del Parque Colón. Me dijo que no había querido participar en esa empresa para no mortificar a su madre. Para no traerle esas graves preocupaciones a su madre. Aunque yo, con respecto a mi familia, no me había detenido a considerar ese detalle, me pareció muy lógica, muy madura su actitud. Muy justa y generosa. Y esa noche hablamos de ese tema y de otros. Hablamos un buen rato. Y pienso que quizás, por la forma, el tono, la sinceridad como me habló en esa nuestra última conversación, es que yo lo recuerdo hoy, sesenta años después.

Como muchos recordarán, Puchulán Rivera era uno de los integrantes del equipo de béisbol de Santiago de los Caballeros desaparecido en aquel accidente de aviación conocido como la tragedia de Río Verde.

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