Pueblo barato

Pueblo barato

Hace unos días en mi clase de sociología política, hablaba de la ciudadanía cara y barata. No me refería al costo de obtener la ciudadanía en un país extranjero, sino al de gobernar un pueblo.

La discusión era general, no sobre República Dominicana, pero al concluir la clase, ya en mi oficina, leí la noticia de los chilenos que nombraron para dirigir las EDES. Entonces asocié el concepto de ciudadanía cara y barata con la situación eléctrica dominicana.

Desde niña recuerdo los apagones, y de eso hace ya muchos años. Los conformistas dirán que hay problemas similares en otros países, y es cierto; pero es difícil encontrar un país pequeño, que registre tanto crecimiento económico según cifras oficiales, y que todavía tenga un serio problema de oferta eléctrica.

Ante la incapacidad eterna de los gobiernos dominicanos para resolver los problemas, surge siempre algún organismo internacional o gobierno extranjero que pone algunas reglas para prestar y desembolsar dinero. Así surgieron los tres chilenos.

No sabemos si darán pie con bola, pero han sido designados, recibirán altos sueldos, y su función es corregir el eterno problema eléctrico.

Estamos pues ante un laboratorio social, con una pregunta muy concreta: si ningún funcionario dominicano fue capaz de resolver el problema, ¿podrán los chilenos?

Hay posibles resultados: que la situación mejore significativamente bajo la nueva gestión, que mejore ligeramente, o que se quede igual (no voy a contemplar el empeoramiento).

Si los chilenos resuelven, hay dos posibles explicaciones: primera, los dominicanos son tarados y los chilenos muy capaces; o segunda, los chilenos fueron colocados para contener el clientelismo y la corrupción que los dominicanos alegremente abrazan.

Si los chilenos no resuelven, entonces la situación es aún más grave.

El déficit eléctrico dominicano ha persistido, a mi juicio, por tres razones fundamentales: el bajo nivel de planificación del Estado en la producción y oferta, la corrupción que desvía muchos recursos de las soluciones, y el desorden administrativo que va de manos con la corrupción.

Volviendo entonces al tema inicial de la ciudadanía cara o barata, surge la pregunta: ¿y el pueblo, dónde ha estado en todos estos años? ¿Tragándose un cable?

Sabemos que la población siempre se ha quejado de los apagones, pero en vez de presionar con fuerza al gobierno para encontrar soluciones, se adaptó al problema. Las plantas eléctricas y los ingeniosos inversores se hicieron norma, y así se liberó al gobierno de sus responsabilidades. 

Esto se llama ciudadanía barata, o pueblo barato.

La relación entre el pueblo y sus gobernantes tiene siempre un costo para ambos. Cuando el pueblo se cotiza caro no sólo se queja, sino que demanda con energía que se satisfagan sus necesidades. Entonces  los gobiernos tienen que buscar soluciones si aspiran a lograr legitimidad y ser democráticos. Cuando el pueblo se cotiza barato, aunque se queje y queje, es presa fácil de sus gobernantes.

En República Dominicana, con tanto clientelismo, corrupción y amiguismo, mucha gente se siente sumamente empoderada porque encuentra con facilidad un “enllave” que le resuelva sus problemas individuales.

Pero en realidad, la gente en los pueblos baratos como el dominicano tiene poco poder y vive entre precariedades. Así lo demuestran los legendarios apagones, pero también, el mal estado del sistema escolar, de salud, de recogida de basura, la corrupción, y el aumento de la delincuencia para sólo mencionar algunos de los problemas.

Cuando el pueblo dominicano se cotice más caro, entonces tendremos mejores resultados, con o sin la participación de técnicos extranjeros.

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