Pueden dormir tranquilos

Pueden dormir tranquilos

HAMLET HERMANN
En este país hay por lo menos dos personas que pueden dormir tranquilas. Ellos son César Pina Toribio y Franklin Almeyda Rancier. Sin que se lo propusieran, obtuvieron de la opinión pública nacional un reconocimiento a su ética y calidad humana respectivas. Nadie malinterprete: no les han dado medallas, ni diplomas, como tampoco han designado calles con sus sonoros nombres.

Apenas sucedió que cuando el inefable Congreso dominicano aprobó los contratos para la construcción de una isla artificial frente a las costas de Santo Domingo y, además, respaldó un préstamo para avituallar a la desprestigiada Policía Nacional, a nadie se le ocurrió decir que alguno de ellos estuviera complicado en esos turbios manejos. Esto a pesar de los importantes cargos que desempeñan en el gobierno del doctor Leonel Fernández.

A pocos dominicanos les caben dudas sobre la poca diafanidad de esos contratos. Fueron aprobados por el Congreso de la República con premeditación, asechanza (así

con ese) alevosía y nocturnidad como acostumbran a operar los rateros de baja ralea. El apoyo congresional a las cuestionadas propuestas se hizo al vapor violando los procedimientos de las Cámaras cuando apenas quedaban horas para que la última legislatura de este período finalizara.

Gracias al sector honesto de la prensa nacional pudo enterarse el país del chanchullo que se había tramado y llevado a cabo como despedida de un Congreso Nacional que llenó de vergüenza al país durante cuatro años. Esa prensa

de la cual nos sentimos orgullosos permitió orientar a la opinión pública hacia la identidad de los funcionarios que desde el Palacio Nacional, asiento del Poder Ejecutivo, habían instruido a los congresistas para que aprobaran tan imperfectos y desequilibrados contratos.

De inmediato empezaron a circular por Radio Bemba los nombres de los funcionarios envueltos en la tramoya de lo turbio y lo repudiable. Y en esos comentarios siempre se advertía que a César y a Franklin había que sacarles su comida aparte porque sus respectivos historiales los han presentado siempre como personas honestas y de cara al sol.

Surgían esas opiniones favorables a pesar del placer que siente la opinión popular por el morbo. Las honrosas excepciones venían dadas junto con el repudio contra aquellos organizadores de la trama. Y es que César y Franklin son excepcionales de varias maneras. Cada uno de ellos es potencial ganador de un concurso de caras de pocos amigos y de ausencia total de sonrisas. Exhiben rostros de piedra que expresan, quizás, sus inconformidades por estar rodeados de cazadores de fortunas ajenas que nunca han sido capaces de transparentar sus actuaciones. Pero así es la vida. Como flores de fango sobresalen limpios al tiempo que sirven de patrón para comparar la escasa calidad de aquellos que no son capaces de sintonizarse con la honestidad y la decencia.

Sin embargo (porque en estos tipos de gobierno siempre hay “sinembargos”) la otra cara de la moneda es que la impunidad parece que volverá a reinar para los políticos que están enemistados con los sentimientos patrióticos. Se ha ocultado todo lo que ha podido ser ocultado para no incriminar a los compañeros del Comité Central del Partido de la Liberación Dominicana. Pero el refajo se les sale po  debajo de la corta falda. Pocos ciudadanos confían en que haya sanción, aunque sea de carácter partidario. La creencia generalizada en relación con el gobierno es que se comportará de acuerdo con el estilo balagueriano que tanto parece atraer a sus principales dirigentes: callar y dejar que otras crisis, que de seguro vendrán, ayuden a olvidar estas. Confirmaríamos una vez más que impunidad no es otra cosa que una expresión de la complicidad. Porque el que no quiera someter al juicio de la nación o del partido político para definir, de una vez y por todas, la bondad o la maldad de los hechos, es porque de alguna manera está complicado en esa negativa trama contra los intereses fundamentales de República Dominicana.

César y Franklin pueden dormir tranquilos e incluso soñar con las olvidadas proclamas de Juan Bosch para proteger los fondos del Estado. Sin embargo, la opinión pública no puede descuidarse porque todavía siguen operando los aprestos legales para que los cuestionados contratos rindan beneficios espurios. No puede ignorarse que la estructura operativa de los cazadores de fortunas es como una cucaracha: huye de la claridad para refugiarse en la oscuridad. Y como cucarachas que son, no basta con eliminar las patas sino las cabezas, para que no sigan haciendo daño.

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