¿Pueden las aspirinas salvar a un pueblo?

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La cuenca minera de Asturias, al norte de España, fabricaría todas las aspirinas del mundo. Fue ese el titular más repetido de principios de octubre de este año, réplica del anuncio de Bayer.

La fábrica de la transnacional alemana en el municipio de Langreo –una de las cuatro en el mundo de la que se abastece para hacer su analgésico estrella– aumentaría al 100% su capacidad de producción del ácido acetilsalisílico, su principio activo.

Desde afuera parece una buena noticia: un remedio para el desempleo, el dolor de cabeza más fuerte de España.

Sin embargo, aquí en Langreo, aparecen los matices, surgen las dudas.

Se puede apreciar la desconfianza que ha curtido las pieles de los langreanos por su historia reciente, la que está escrita con la reconversión industrial de los años 90 que cerró fábricas y perdió puestos de trabajo, en esta ciudad de glorioso pasado minero y siderúrgico que hoy deja apenas restos en esos rieles del tren al descubierto y en las chimeneas humeantes de las pocas factorías que perduran.

Langreo sufrió la reconversión industrial en los años 90, y su población disminuyó a la mitad en 30 años.

«Trabajadores va a haber menos y va a haber más máquinas», dice categórico uno de sus vecinos, Jaime Robles, apenas sin dejar que termine la pregunta.

Porque, asegura, ya otras grandes industrias lo hicieron antes.

La incredulidad persiste al recorrer estas calles, en la encargada del bar, en la mujer que se apresura a terminar de limpiar los cristales del portal de un edificio para llegar a tiempo al autobús, en el chico que pasea a su perro: todo dependerá de esas máquinas, de cuántas de ellas harán el trabajo.

Solo 30 por ahora. Adentro de la planta de Bayer, en el distrito de La Felguera –el más grande de Langreo– hay un ruido que golpea los oídos.

Aquí, solo 160 personas producen ya 90% de toda la salida mundial del ácido acetilsalísilico (5.200 toneladas) que necesita Bayer para hacer la aspirina.

·         En el mundo se consumen 200 millones de aspirinas al día y se espera que la demanda suba entre 5% y 8%

·         5.500 toneladas de ácido acetilsalisílico al año fabricará la planta de La Felguera, aunque tendrá capacidad para 6.000. Llegar a esa totalidad dependerá del mercado. Actualmente llegan a unas 5.200

·         2.000 aspirinas salen de cada kilo de ácido acetilsalisílico y 10.000 de cardioaspirinas.

El ruido es un indicio: las máquinas hacen el grueso del trabajo. Es para adquirir nuevos equipos de cristalización, centrifugación y secado del ingrediente para lo que Bayer invertirá US$7,8 millones, y así ampliar a 100% la capacidad de producción del principio activo.

Por eso el número de trabajadores se veía pequeño: la planta contratará a 30 personas durante 2013 para el montaje de esa maquinaria, confirma a BBC Mundo Manuel Fernández Ortega, director de la fábrica.

La planta ya ha recibido solicitudes de empleo, pero el aumento de la capacidad de producción no generará nuevos puestos fijos en lo inmediato, confirma Fernández Ortega.

«El empleo dependerá de la utilización de esta capacidad y de las nuevas presentaciones (de la aspirina). Hoy no lo puedo valorar. Dependerá de la respuesta del mercado», aclara el director sentado en su despacho.

Antiguo esplendor. Antes, el grueso de la faena la hacían los obreros.

En la ciudad se contaban por cientos los que iban a trabajar a las minas y los altos hornos, como recuerda José Luis Prieto, ayudante técnico de la planta de Bayer.

También los que venían a esta planta, que comenzó a funcionar en 1942 y se llamaba Proquisa.

Nada tenía que ver con Bayer entonces, que se hizo con todas las acciones de la fábrica en 1981.

Allí se producía ya el principio activo de la aspirina, sí, pero directamente del carbón, en procesos manuales, hasta el punto en que lo recogían con palas de las calderas, cuenta Fernández Ortega.

«En la ciudad andaba mucha gente. Ahora hay poco. Había trabajo. Se quedaban en casa un día y otro día empezaban en otro lado y ahora ya lo ve»

Dolores Fernández, vecina de Langreo

Es lógico que entonces la cantidad de sus trabajadores fuera más del doble.

Porque el carbón –con el hierro y el acero– es motor de la historia de Langreo, que en el pasado fue empuje económico del Valle del Nalón, con ese nombre por el río que lo atraviesa.

Hace dos siglos hubo en esta zona de Asturias una revolución industrial, con la minería y la siderurgia como eje.

Está en la memoria de sus habitantes, en sus libros de vida.

La mayoría tenía al menos un miembro de la familia empleado en la industria.

Los niños hacían excursiones escolares a las factorías, recuerda la alcaldesa de Langreo, María Fernández.

Los que más añoran esa época esplendorosa, con esa morriña que también es asturiana, son los jubilados que dominan las calles de Langreo.

Reunidos en las esquinas, cuidando a sus nietos en los parques infantiles, tomando el café de la mañana.

Muchos trabajaron en aquellas industrias. «En la ciudad andaba mucha gente. Ahora hay poco. Había trabajo. Se quedaban en casa un día y otro día empezaban en otro lado y ahora ya lo ve», recuerda Dolores Fernández con ojos chispeantes.

Su marido, ya muerto hace 12 años, se fue a trabajar a Bayer cuando se retiró de la mina de carbón María Luisa.

El éxodo. 20 mil habitantes tiene La Felguera, el distrito más grande de Langreo, casi la mitad de los pobladores de esta ciudad.

Más de 5 mil de ellos están desempleados.

Hay en la ciudad 350 empresas de sociedad y 3000 autonómos.

Fuente: Ayuntamiento de Langreo

Pero en los últimos 20 años el quinto municipio de Asturias vio su tejido productivo deshacerse y transformarse.

Esa reconversión industrial de los años noventa, que por mandato de la Comunidad Europea, a la que España acababa de ingresar, obligaba a la modernización.

Cerraron muchas fábricas asociadas al carbón y la siderurgia y esto también queda en las historias de su gente.

Los datos son elocuentes: hace 30 años la población del municipio se acercaba a los 80 mil habitantes; hoy es de 46 mil, según la jefa del ayuntamiento.

Menos contaminación, coinciden todos, pero también menos gente.

Y sigue la amenaza sobre la poca minería que sobrevive en la región.

A mediados de este año, hubo en España una huelga de obreros del carbón por la intención del gobierno nacional de reducir las ayudas al sector en un 63%.

Los de Asturias se encerraron en las minas como protesta.

Las buenas noticias. La automatización –las máquinas– llegó a Bayer hacia 1995, justo cuando Manuel Fernández Ortega se estrenaba como director y tenía ya 13 años en la planta.

Florentino y Marco, padre e hijo, trabajan en la fábrica de Bayer de Langreo.

Por eso la producción se duplicó a más de 4 mil toneladas.

El carbón dejó de ser la materia prima del ácido acetilsalísilico y hoy fabrican el ingrediente activo de la aspirina con derivados del petróleo, según Fernández Ortega.

La planta de Bayer es una de las pocas que sobreviven en Langreo, junto con seis polígonos industriales, compañías de servicios, un parque tecnológico, medianas empresas todavía asociadas al carbón y al acero, y pequeños comercios, de acuerdo con el inventario de la alcaldesa.

Muchos de los trabajadores ya estaban en la fábrica cuando vino el cambio, porque superan los 30 años de antigüedad.

Es común encontrar en la fábrica, sobre todo entre los obreros, historias de dos generaciones compartiendo funciones similares. Florentino y Marco, padre e hijo, son ejemplo de ello.

Quienes están dentro de la planta no ven sino una buena noticia en la ampliación, porque eso garantiza, a mediano plazo, su estabilidad laboral, por «unos diez o quince años más».

«Yo ya estoy por jubilarme y espero que él –refiriéndose a su hijo Marco– pueda estar los mismos años que yo y que sean generaciones manteniendo esto aquí», dice Florentino.

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