Puerco no se rasca en javilla…

Puerco no se rasca en javilla…

Un excelente artículo de Víctor Bautista, titulado “¿Qué pasa en el periodismo?”, en Clave, me hace volver a reflexionar sobre el estado de este oficio. Bautista insiste en la cuestión de que reconocidos delincuentes han usado el periodismo como pedestal, y no ara, invirtiendo el dictamen de Martí acerca de cómo el servicio, tanto a la patria como al periodismo, es un sacerdocio que se ejerce más por vocación que por afán de lucro.

Sin embargo, no puede creerse que sólo mediante las malas artes se puede alcanzar la prosperidad en cualquier oficio o profesión, porque ello equivaldría a afirmar que sólo aquellos sin éxito económico son honestos, mientras la holgura sería siempre un baldón.

Podrán acusarme de ingenuo, pero me parece una barbaridad que cuando cualquier periodista o comunicador toma partido, los adversarios la emprendan contra su honorabilidad, como si efectivamente ninguno fuera capaz de honestamente pensar por sí mismo sin implicar que su opinión está vendida o alquilada.

No crean que digo que entre los periodistas o comunicadores, como entre todos los oficios y profesiones, no hay malandrines y bandiditos de toda laya. ¡Eso no hay ni qué explicarlo! Y si el artículo de Bautista lo motivó la pela de lengua que dieron en un muy escuchado programa de radio al propietario de Clave, por cuestiones turísticas, menos aun hay que explicar.

Pero comoquiera, tenemos que aprender a aceptar que quienes piensan distinto a nosotros pueden estar genuina y honestamente convencidos de su verdad. Hasta los más fanatizados y extremistas críticos del gobierno le hacen un favor a la democracia. Independientemente de que estén realizando un trabajo político a favor de la oposición, ¿por qué poner en duda que, en muchos casos, cuánto dicen es realmente lo que sienten y piensan? Esa sintonía con sus propios corazones y cerebros se llama honestidad intelectual, aunque no agrade a todos.

Tomar partido es algo parecido a lo que hacen periodistas pobres empleados en medios prestigiosos cuyos temas nunca incluyen los avatares financieros de sus patronos. Quizás lo mejor para el público sea que mansos y cimarrones cacareen todos a la vez, y que cada cual decida qué creer. La sinceridad se paga logrando insultos como “rata honorable” o “vellonera de la reelección”. ¿Qué puede uno hacer aparte de anhelar que se aprenda que pensar distinto no nos hace enemigos?

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