Puerto Rico Huracanado bolero en mar de infancia

Puerto Rico Huracanado bolero en mar de infancia

ENTRE EL MAR Y LA RADIO.
Toda forma insular es un punto de recuerdo salobre y de nácar.
Era Puerto Rico entre nubes y juegos de sardinas, luces de Mayagüez y aquel faro verde, presidiendo la arboleda montaraz, salpicadas sus luces por una boricua llovizna pertinaz y dulce.
Acostumbrados al aterrizaje entre oleadas de banderas y plenas revueltas de sonidos, Puerto Rico es una vieja historia de amigos y amigas, denso el mar visto en la lejanía.
En ese viaje del tiempo con jíbaro canto sucio de lodo resplandeciente, las ondas de radio viajaban hacia el Este profundo de República Dominicana, aquel promontorio que ellos arrastrando la lengua llaman la República.
En el dicho, hay un sentimiento oculto, un designio, no sé hasta dónde un orgullo ajeno.
Entonces ahogadas por la mar las ondas de radio llegaban a tierra segura. Aquellas ondas eran la primera noción del Puerto Rico imaginario a esas provincias del Este franco de República Dominicana.
El cambio de hora, a una distancia relativamente tan corta, no importaba, esas ondas habían hecho su corto viaje para quedarse y dejar una impronta imborrable de un Puerto Rico radial, que cosechaba un extenso imaginario por generaciones, especialmente en San Pedro de Macorís.
Novelas radiales, formas de narrar noticias y la pléyade de artistas cuyas voces e instrumentos habían sido el alto orgullo de Puerto Rico, su seguro tesoro de identidad y humanidad específica.
La larga pava de Machuchal, vernáculo insigne, el trino de un solo de algún trío musical (J. Albino y su trío San Juan), Carlos Pizarro o la incógnita voz del bolero sombrío y filosofal, Gilberto Montroig. Adolescentes eran Chucho Avellanet y Lucecita Benítez, pero el Club del Clan estaba cerca.
Muchos años después, Fufi Fantori y sus fórmulas de nacionalidades.
LA AFROPUERTORIQUEÑIDAD
Por su organicidad académica, Puerto Rico ha logrado establecer con mucha firmeza las raíces históricas de sus vinculaciones afropuertorriqueñas desde su centro de Cultura Afro Puertorriqueño, cuyos aportes intelectuales mantienen vivo el espíritu de identidad y el legado histórico de lo afro en Puerto Rico.
Ensayos como el de Sylvia Savala Trías (Orígenes Etnicos de los Esclavos en Puerto Rico, publicado por el centro referido), o la Breve Historia de la Esclavitud en Puerto Rico, de Luis M. Iriarte, entre otros ensayos apenas son la muestra de un amplio botón de publicaciones afropuertoriqueñas. Ello se une a su afamado Centro de Estudios Caribeños cuya vocación de fraternidad caribeña es notable y auténtica.
Quizás no se trata de simple letras frías, el ritmo de la música de Puerto Rico, sus congas altivas a lo largo de toda la marginal del Condado en una noche calurosa («Temporal, temporal, por viene el temporal, qué será de mi Borinquen, cuando llegue el temporal»), tan lejos como del Africa Occidental, los golpes atildados de la Bomba y la Plena, su frenesí de carnaval afro en cada tumbao de cueros asincopados, lo contagioso y su fuerza sonora, son muestras inconfundibles de cuán arraigados están esos ritmos genuinos en la cultura musical de Puerto Rico, tanto como la llamada música jíbara, cuyo acento popular y campesino ha sido la base de la resistencia triunfante de la cultura puertorriqueña.
REPÚBLICA DOMINICANA: UNA LARGA DEUDA CULTURAL CON PUERTO RICO.
Uno de cada diez puertorriqueños es dominicano. La presencia dominicana en Puerto Rico, su fuerza de pertenencia al país que le vio nacer, les hace organizarse y mantener en alto su agradecimiento a Puerto Rico, innegable, y la permanencia de un furor dominicanista, a veces no controlable…
El porcentaje de lo dominicano en lo puertorriqueño ha crecido desde el famoso censo del año 2010, el cual tuvo el inconveniente de poder registrar al gran ejército humano de ilegales cuya cifra entonces pasaba de 100 mil personas.
Demografía aparte, dominicanas y dominicanos tenemos con Puerto Rico una deuda cultural que no ha sido tomada en serio y tampoco se vislumbra, cuándo podrá ser pagada con los beneficios que a nosotros como país nos deja, además.
Hemos inundado aquel país de nuestros sabores y sonidos, hemos implantado una presencia, a veces con la insolencia que nos caracteriza en suelo ajeno cuando el frenesí tricolor nos nubla la mente y los largos sentidos, así ha sucedido.
En esa locura, cuando se observa bien, la cultura nuestra en Puerto Rico, en el último tramo de los 100 años de resistencia, pueblos de origen hispano los dos, algo aportó como refuerzo originario no anglosajón, es apenas un esbozo y si así sucedió fue un bello azar antillano: porque los pueblos de arraigos similares se ayudan sin saberlo.
Ahora nos toca lo inverso, ahora debemos tener a Puerto Rico no solo en nuestros corazones, debemos comenzar a saldar esa deuda cultural y fraternal que le debemos a un gran pueblo, indomable en su recia dignidad de ser puertorriqueño dentro de un lúdico marco de identidad asumida con alegría y qué » bonita bandera, qué bonita bandera…».
Cuando haya que saldar esa deuda moral y cultural con Puerto Rico, seré un voluntario dispuesto, presto, enloquecido, febril, para recordar de nuevo mi infancia y aquel Puerto Rico de las ondas de radio, bolero huracanado con bandera de sola estrella, triángulo azul adormecido por el solo de bombardino de una danza de Morel Campos, escuchada tal vez bajo un vendaval de lluvia y centellas, en una antigua plaza de Ponce. (CFE)…

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