Punto de Equilibrio es un conglomerado de ideas de esta servidora sobre diversos temas, que espero puedan servir de aporte a la sociedad. Significa muchas cosas, tiene diversas aristas: Un plano financiero, fiscal, económico, social, político, emocional, mental, e histórico. A través de él creo que podré expresarles mis inquietudes, opiniones, curiosidades y el resultado de indagaciones, con amigos y personas a las que ose consultar, que puedan ser de apoyo y aporte en los momentos de crisis en que nos encontramos. Creo que la sociedad necesita un espacio así y que es el tiempo propicio para el ansiado gobierno de apertura, libertad de pensamiento y expresión que merece este recién despierto país. Espero que este espacio me permita el privilegio de escribir con propósito, que es lo que siempre he necesitado para ejercer este don, y que me dará satisfacción, libertad y un nivel de honra a mis cinco pilares.
Estos pilares son: Georgina Antonia Rodríguez Fernández de Ventura: Una mujer de campo, que de niña vendía tinajas de agua sobre su espesa cabellera rubia. Luego, fue empleada doméstica y en una época donde a los 30 años de edad ya una mujer solía tener varios “muchachos” a rastro, tuvo la ¿cautela? de esperar a sus 31 para casarse, porque eran “los tiempos de Trujillo” y ella temía que, siendo la mujer tan bella que era, terminase sometida o muerta, dejando a su eventual prole huérfana. Pero siempre fue fiel a sus sueños, -hasta su último hálito de vida en 2019- y en ellos vio la factibilidad de su maternidad, -por suerte para todos nosotros-, pues tuvo a mi madre y a mi tía… Salió de la pobreza extrema y nos dejó un honroso legado. Quizá materialmente modesto, pero inmensamente inmaterial. De ella heredo la perseverancia, la pericia, las ganas de hablar con todo el mundo sobre cualquier tema (a pesar de mi incipiente introversión por las venas García), y el amor por la poesía, que ella sí declamaba de memoria; y yo solo he logrado escribir algunas por desahogo, hace años…
Mi segundo pilar, el único que aún vive, es su viudo, Rafael Octavio Ventura Infante. Un hombre de un origen un poco más acomodado, de Navarrete, donde las cosas fluyeron un poco mejor al principio. Hasta que, a sus 14 años, un incendio se llevó todas sus pertenencias y lo obligó a instalarse en la metrópolis santiaguera, a labrar desde abajo su camino como jardinero, mensajero y sabrá Dios cuántos roles, en una única empresa, que fue una clínica dental. En ella sin duda le quisieron mucho y sirvió por más de 70 años, hasta ser su administrador de facto –sin estudios formales-. Probablemente su labor no pudo ser lo suficientemente retribuida por las insuficiencias estructurales de nuestra sociedad, que descansan lastimosamente en la benevolencia del empresario, y tristemente, aquellos que más lo amaron y que él de hecho vio nacer, ya él ha tenido la penosa tarea de verlos enterrar. Mi abuelo es un roble. Un negro hermoso, culto, curioso, conocedor apasionado de la idiosincrasia dominicana y su alta alcurnia. De él he sacado mucho sentido común, y como millennial, yo trato de emular -con escaso éxito- su sentido pleno de austeridad. Él es quien aún hoy día me corrige por teléfono si le digo: “Mira.” —¡No! Oye. Por teléfono no se mira… Claro, no le hablen del teléfono inteligente que le ha comprado mi tía, pues esos son otros quinientos…
La tercera de mis pilares es mi abuela Daisy Frómeta Serra viuda García. Una mujer que, siendo Doctora en Derecho, de las primeras en el país, tuvo que vivir a la sombra de un volátil genio del periodismo, mártir de la prensa. Y como tal, en silencio, sufrir la misoginia de la época, perdonar infidelidades, acoger, con amor y alto sentido humano, una hija fuera del matrimonio y nunca hacer diferencia en el trato. Para que sus hijos entendieran que hermano es hermano. Arrastró muchos fantasmas consigo, desequilibrios y persecución. Y poco se sabe de esto, porque, en su altura, literal, era una palmera su cobija, se llevó consigo su versión explícita de los hechos y se enfocó, como mejor pudo, en sacar adelante a sus tres muchachos paridos. Le amenazaron de muerte inmediatamente luego de perpetrado el crimen que la convirtió en viuda, y a sus hijos, en huérfanos. Y no solo de darle muerte a ella, si procuraba la justicia a la que estaba legalmente investida para ejercer por su propia toga, sino a desaparecer a cualquiera de sus ya truncados hijitos. De ellos mi padre resultó el parentalizado, el que la prensa llama doctor, pero es ingeniero industrial, C. Enrique E. García Frómeta. El que venera con puntualidad estricta todo el tiempo, pero públicamente cada 28 de marzo en la calle Las Mercedes, el horroroso suceso en los medios, que ya lo recitan de memoria, como cualquier evento desgastado y desarticulado de nuestra historia: El legado de su amado padre. Abuela tenía cadencia al andar y al hablar. Diplomática, probablemente por obligación, para ella fui una nieta distante, pero me consta que me incluyó en cada rezo y nos amó con devoción con cada pedazo del alma que le dejaron con vida después de tanto trauma humano.
Otro de mis pilares fue, obviamente, mi abuelo Gregorio Fernando García Castro (a. Goyito), al cual me arrebataron la dicha de conocer, por evidentes razones: Fue vilmente asesinado en los doce años de Balaguer; concretamente en 1973. Yo soy modelo 1988. Todos sus contemporáneos y los de mi padre conocen los indiscutibles aportes de mi abuelo al periodismo, su precoz talento y capacidad de multitareas. Las ronchas que generaba su pluma, su preclara visión, que se antepuso a su tiempo. Pero también, dolorosamente, he de decirlo desde dentro de esta lacerada familia por la violencia de Estado, que trasciende, no solo al núcleo familiar que formó con ambas mujeres, sino de forma intergeneracional, hasta llegar a mí, mis hermanas y primos. Mi abuelo es una figura de culto en mi familia y esto implica que es un fantasma perenne en el imaginario familiar. El cual ha condicionado conductas en mi padre y mis tíos que nosotros los “pequeños” no podemos más que conjeturar, deducir, imaginar, lo que su ausencia física ha significado para ellos en sus vidas y ha limitado el tamaño de su desarrollo como seres humanos. Porque, ¡vaya!, que te maten a tu padre, tú siendo un carajito, no es un maíz… Asimismo, nosotros tenemos que lidiar con su imaginario, lo que implica la martirización de un miembro familiar con trascendencia histórica: No se permite atribuirle errores, se le idolatra, y se imponen unos peligrosos patrones de flagelación y maltrato en la familia, completamente en el inconsciente, que imperan en la vida personal, profesional y un largo etcétera. Hasta ahí llega desgraciadamente la violencia de Estado.
La última de mis pilares no comparte mi sangre, pero sí me atrevo a honrar su legado por igual. Se trata de doña Ramona Mercedes Jacquez Hernández, mejor conocida como Mercy Jáquez. La ingeniosa artista de la moda que este malogrado año 2020 tuvo el atrevimiento de enterrar. Soy esposa de su sobrino y ahijado, Manuel Fernández Hernández, y en los pocos años que pude conocerla, tuvo la gentileza de llamarme sobrina. Fue una vastísima mujer. Luchadora. Que rompió brazos. Recorrió el mundo. Fue rigurosa en su oficio y no se lo comió sola: Fundó un Instituto que lleva su nombre donde se han formado numerosos talentos de la moda y el arte dominicano, sito en la histórica Garcia Godoy de Gascue. Se afanó porque sus muchachos aprendieran patrones. Fue pionera en la enseñanza en la alta costura en nuestro país. Había que fuñirse para ver la caída de cualquiera de sus piezas, diseñadas y ejecutadas con esmero. Mi promesa para ella, que por el confinamiento no pudimos despedir apropiadamente, es honrar su memoria, que su legado no se diluya y el Instituto sea relanzado… La queremos mucho, tía.
En fin. Mi nombre es Daisy García Ventura. Abogada de formación. En este punto de encuentro no pretendo imponer verdades sino invitar a reflexiones. Aportar desde mi experiencia lo que pueda considerar un aporte de valor o una apertura a una discusión en los temas que he planteado al inicio. Creo firmemente que la democracia cuesta mucho. Implica necesariamente la convivencia de múltiples visiones, donde no tenemos que estar todos de acuerdo, -esa es la idea- pero tenemos que respetarnos. Donde como ciudadanos la veeduría cobra vital importancia. Poco a poco nos iremos organizando, cada uno desde su parcela, porque todas son necesarias e importantes y según las prioridades que definamos como nación oscilaremos de una hacia la otra para lograr una justicia social y mejor redistribución de las riquezas de nuestro país. Hasta una próxima entrega.