Punto y final

Punto y final

JOAQUÍN RICARDO
El amigo Güido Riggio Pou señala en su último escrito publicado el 26 de agosto próximo pasado en la sección Areíto del prestigioso matutino Hoy, una intención que no poseo. Sencillamente, tal y como apunta en su nuevo intento, “en razón de mi razón de apego a la verdad y la razón”, le reitero al amigo Riggio Pou mis señalamientos.

Joaquín Balaguer en sus Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo describe su participación en ese difícil período de nuestra historia reciente. Lamentablemente para muchos, su participación estuvo limitada a servir en el régimen. Su intelecto estuvo al servicio de la Era de Trujillo. Y nada más. Cruzó el pantano sin manchar de sangre su camisa blanca.

Nadie niega su participación en las condiciones descritas en el párrafo anterior. Sin embargo, el doctor Balaguer no hizo lo que de manera zorruna hicieron otros personajes y personeros de la Era de Trujillo, quienes al término de la satrapía prontamente se inscribieron en la cómoda matrícula de aquellos que denostaban al régimen. Al parecer, intentaban borrar, con la bendición de sus iguales, las tropelías cometidas por ellos a nombre de la referida Era. Y tuvieron éxito, pues todo luce indicar, amigo Riggio, que existen beatos favoritos en el cosmos político dominicano.

La cita de Miguel Angel Garrido, que ciertamente se encuentra en las Memorias del doctor Balaguer, sólo le enaltece, pues ese valor con el que denunció públicamente nuestras miserias no era muy abundante en el país. No recuerdo muchas citas similares en plena Era. Tal vez usted pueda ilustrar un poco mi escasa cultura al respecto.

Tengo plena consciencia de que el presidente Balaguer fue una figura pública, tal y como afirma el amigo Riggio. Sus ejecutorias serán examinadas de manera minuciosa. Al igual que otros, puedo sacar mis propias conclusiones y exponerlas al público. Sólo trato de que flote la verdad sin lucir tan interesado y parcial. Muestro mis criterios y que cada quien analice, sin necesariamente juzgar. No tengo miedo al juicio de la posteridad, pues será ampliamente positivo para el político y estadista.

El amigo Riggio señala mi admiración y agradecimiento hacia el doctor Balaguer. Es natural que así sea. Reconozco mis múltiples defectos, más la ingratitud no es uno de ellos. Lo que más agradezco al presidente Balaguer es el ejemplo de verticalidad y su coherencia en el accionar, virtudes humanas que trato de preservar.

Deseo expresarle al amigo Riggio mi asombro ante su afirmación de que uso el “argumentum ad hominen” (sic), pues en mi artículo anterior sólo me limité a señalar el hecho de que todos fuimos culpables. El doctor Balaguer lo dice en sus Memorias. Esa férrea dictadura se afianzó en el alma nacional y sojuzgó hasta el pensamiento. Simplemente dije, y lo reitero, que el doctor Balaguer puso sólo su talento a disposición de la Era, a diferencia de otros que, además de sus conocimientos, ofrendaron sus honras y prácticamente enloquecieron en su apoyo al régimen, ya fuera sirviendo de portador de los dineros para derrocar regímenes en otras latitudes, ya fuera calándose el sombrero rojo del fatídico 25 de noviembre o bien afirmando en público para deslizar su bochorno: “Qué cosa…con lo que le ha cogido al Jefe: Viene todas las tardes a dormir la siesta”. En este último caso, sus descendientes han utilizado su dinero adquirido en posiciones del Estado para comprar archivos privados, tratando de “lavar y planchar” su arrugado y putrefacto prestigio familiar.

En el caso particular de mi amigo Riggio Pou, no puedo hacer señalamiento alguno, como él indica, pues, sencillamente, no tenía la edad para participar en la Era de Trujillo.

No puedo oponer reparo alguno a las expresiones que se formulen alrededor de la imponente figura histórica del doctor Balaguer. Advierto simplemente la forma, pues con prudencia todo se puede decir, hasta se puede emitir juicios prematuros. Aunque no debería extrañarme la forma parcial e interesada con la que se intenta pasar juicio sumario al doctor Balaguer, pues esa especie de maniqueísmo histórico, como las dos caras de Jano, con el que se quiere crucificar a una figura preponderante de nuestra historia, por los mismos usurpadores y sicarios que no pueden moralmente “lanzar la primera piedra” bíblica, lo venimos arrastrando desde los albores mismos de nuestra independencia. Pesan sobre nosotros, como muy bien lo afirma el doctor Balaguer, como dos maldiciones, la expatriación del fundador de la República y la sangre derramada en San Juan. De igual manera, hasta bien entrado el siglo XX nos manejamos de revuelta en revuelta, siendo casi siempre conducidos por una mano férrea, producto más que de las circunstancias de nuestras propias debilidades como nación.

Reitero, para finalizar, que sólo deseo equidad, pues no es posible que si algún estamento del Estado desea ponerle el nombre del doctor Balaguer a una obra pública se argumente que ese hecho sea “secuela del Trujillismo”.

Mientras, si se hace lo mismo con otra de nuestras figuras históricas se califique la propuesta como un acto digno y de justicia. Esa especie de cantinflismo político muy particular es lo que deseo resaltar. Nada más por el momento, amigo Riggio.

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