La escultura no está en el primer plano de la actualidad artística dominicana, y los muy buenos escultores son cada vez más escasos. Subsisten algunos maestros importantes, también hay artistas polifacéticos que incluyen la escultura en su producción, pero es indudable que hoy hacen falta definición, mística y autoridad, reconocimiento y estímulo: las últimas bienales nacionales lo han demostrado.
Una excelente exposición colectiva en el Museo Bellapart nos recordó la edad de oro de la escultura y que se le podía dedicar una sala estupenda: el pesimismo nunca domina. Luego, el Museo de Arte Moderno ha demostrado, en muestras recientes de alto nivel, cómo artistas polifacéticos nuestros incluyen la escultura en su producción.
Actualmente, nuestra primera institución oficial está presentando una impresionante exposición de escultura, desplegada en el interior y el exterior.
Para mucha gente, el arte está de fiesta: expone el escultor colombiano Gustavo Vélez, que goza de éxitos, proyectos y consideración magistrales a escala planetaria, cuando él apenas sobrepasó el umbral de la juventud. Nuestro egregio Luichy Martínez Richiez decía que, en París, a los 45 años “se es todavía un joven escultor”…
Le puede interesar: Tributo a Sinatra revive 40 años de historia de Altos de Chavón
El título de la exposición – autoría del artista-, se quiere orientador: “Formas y ritmos en la dimensión geométrica”. Más que intriga, invita a saber mirar las obras para su mejor aprecio. Además, parte de la museografía, abundan los comentarios críticos: el visitante está (in)formado como muy pocas veces ha sucedido. No cabe duda, Gustavo Vélez es el escultor latinoamericano de mayor reputación internacional que haya venido y expuesto en el país.
Cualidades sobresalientes
El montaje de las esculturas en la planta a nivel de la calle y en el sótano del Museo es sencillo, casi básico, alternando piezas pequeñas y de mediano tamaño. Obviamente, se ha querido dejar al contemplador libre de mirar, caminar, detenerse, devolverse…
De una obra a otra, siempre estamos confrontados a la pasión de lo abstracto y una geometría rigurosa, a una exaltación de la materia tallada y ritmada en la masa. Sobre todo, nos sobrecoge la calidad táctil de estas esculturas, tan duras y tan dulces, destacándose la nobleza de materiales, tradicionales y preciosos.
El mármol blanco de Carrara o Petra Santa, aquí casi provocador en su tersura inmaculada, ejerce una fascinación singular, cobra una vida fantástica… no sorprendería que la obra de repente se lance al espacio desde su zócalo… Si la figuración está ausente – excepción son las sugeridas estrías y páginas de un libro-, sucede una transfiguración, susceptible de apelar a la imaginación y la ensoñación.
Ahora bien, la superficie marmórea blanca es sublime, pero la “versión” negra o veteada tiene su caudal de seducción, así mismo el bronce con sus relieves y patina especial, o el acero corten, tan difícil de trabajar.
Recordamos que el mítico escultor Constantin Brancusi expresaba: “Es tallando la piedra que uno descubre el espíritu de la materia’”. Nos parece que esto le sucede a Gustavo Vélez: en sus tallas metamórficas él encuentra una dimensión espiritual.
Al meditar sobre estas esculturas, de un refinamiento y una calidad que hoy no podemos conseguir aquí, esos estados psicológicos no se sitúan al nivel de la emoción. La perfección sublimiza pero no conmueve.
En esta búsqueda de lo absoluto, Gustavo Vélez alcanza una máxima atracción, un control total de los medios, una exigencia técnica sin deslices. Fundamentada en ese contexto, su obra no es arte contemporáneo. Se podría calificar como magnífica y perennemente clásica.
¡Que la aprovechemos, en todos sus formatos y formas! Es muy poco probable que vuelvan hasta nosotros un escultor y una escultura comparables.