El presidente ruso, Vladímir Putin, le ha declarado la Guerra Fría a su homólogo de EEUU, Barack Obama, y ha puesto prácticamente en suspenso las relaciones entre ambas administraciones hasta que se conozca la identidad del nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Putin ya no tiene nada que hablar con Obama, a la vista de las decisiones tomadas por ambas partes en las últimas semanas, aunque nadie dice que con la próxima administración norteamericana las cosas vayan a ser más fáciles.
Es un secreto a voces que ambos dirigentes nunca se han sentido cómodos sentados a la misma mesa, aunque el jefe del Kremlin nunca ha llegado a criticar directamente a Obama, quien sí ha acusado a Putin de recurrir a la fuerza para recuperar la gloria perdida.
Pero Putin cruzó definitivamente el Rubicón cuando anunció que Rusia abandonaba el tratado con EEUU de reconversión del plutonio militar, uno de los pilares del programa de desarme que tenía como objetivo acabar con la amenaza de una nueva Guerra Fría.
En respuesta, Washington suspendió la cooperación con Rusia en Siria, tras lo que el secretario de Estado, John Kerry, fue aún más allá al hablar de crímenes de guerra en Alepo, a lo que Moscú replicó con alusiones a Irak.
Según los expertos, ninguna de ambas decisiones son fatales, ya que EEUU ya no cumplía el tratado sobre el plutonio desde 2014 por su alto coste y la cooperación bilateral en Siria era papel mojado desde hace varias semanas.
El antagonismo dialéctico en forma de ultimátum, amenazas y acusaciones, sea en las tribunas de la ONU o en las declaraciones de la Cancillería o el departamento de Estado, es lo que nos extrapola a la Guerra Fría.
La votación anoche de los dos proyectos de resolución para un alto el fuego en Siria fueron un inmejorable ejemplo de antagonismo, ya que Rusia vetó la propuesta francesa y seguidamente EEUU la rusa, que también proponía una tregua, pero no la suspensión de los bombardeos aéreos.
Desde tiempos de Ronald Reagan, que acusó a la URSS de ser “el imperio del mal”, las relaciones entre ambas potencias nucleares no eran tan tensas, y la herencia que recibirá el futuro presidente norteamericano será envenenada.