¡Qué concierto!

<p>¡Qué concierto!</p>

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Mucha de la música que desinformados escuchadores, que no oyentes, entienden que vino del cielo y que fue fruto de sueños de grandes compositores, surgió, salió, es producto de la creación popular. De ahí que grandes compositores han interpretado la dulzura del viento, el silencio de los amaneceres, los coloridos acordes de los atardeceres, el misterio de las sonrisas de las muchachas, la musicalidad de una mirada de mujer.

Esas situaciones que parecen tan normales para nosotros, infelices mortales, son fuente en la cual abrevan maestros que también interpretan el sueño del trinar de las avecillas que juegan de rama en rama buscando la claridad de la mañana.

Intérpretes de la naturaleza, se han nutrido, se alimentan, de amores que fueron, de suspiros que se aposentaron en la memoria, de sonrisas que dejaron marcas indelebles, de guiños de ojos de oscura e insondable profundidad, cuyo mensaje sólo puede descifrar la persona enamorada.

La música, ¿cómo definir la música?

Cada melómano puede tener una definición de la música, porque como creación humana, tiene un abanico de opciones que permiten la oportunidad de llegar a todos los públicos.

Porque de eso se trata, de comunicar, de hacer poesía con las notas que caben en el pentagrama, de hilvanar sueños, consejas, propuestas y hacerlo de manera armónica para que, parafraseando una definición de belleza que reza: “bellas son las cosas que vistas agradan” podamos decir: música es la combinación armónica, dulce y agradable del sonido y del compás.

Hay música para los distintos gustos, pero siempre digo que la buena música es como el trago que se busca una y otra vez, es como el perfume, el olor del cuerpo de la amada, en una palabra, es la tonada que nunca se olvida, que se busca y se recuerda sin que importe el tiempo que pasó desde la última vez que la escuchamos.

La música es buena cuando el oyente la recuerda, la tararea, la identifica no importa si se descomponen el compás y el discurso.

De ahí que buscar los orígenes, las tonadillas, las propuestas inocentes de compositores populares primitivos, es una tarea de gente que conoce y cultiva el oficio como se tratan las flores de invernadero.

Eso lo saben los grandes.

Por eso Verdi no permitió que se ensayara el aria “La donna e mobile”, por su dulce discurso musical.

Dijo que de ensayarse, el día del estreno de la obra ya los gondoleros de Venecia se habrían aprendido la melodía y la estarían silbando, entonces, parecería un plagio.

Cuando Francisco Chahín Casanova, el hijo de Alfredo y Barbarita, artistas sus padres y gran artista él, busca la bachata, se puede decir que desciende a la bachata, desde su altísima posición de reputado intérprete de óperas y canciones musicales de gran factura, no sólo dignifica el género criollo que se abre paso en el mundo, sino que también hurga en un exitoso ensayo de elevar lo popular a lo culto.

La dulzura y la fuerza de su educada voz; el manejo de la melodía; la claridad del fraseo de los versos, hicieron refulgir tonos, secretos e indescubiertos caminos, en bachatas que uno creía haber escuchado hasta que Francisco las pinceló con colores desconocidos e iluminó con su voz.

Su concierto del miércoles 29 de noviembre marca un hito en la música popular dominicana que debe ser registrado con letras de oro.

Hay un solo comentario que hacer: ¡carajo, que conciertazo! Pero falta algo: ¡qué tolete de cantante!

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