Parecería, a primera vista, que el Presidente Leonel Fernández es blanco de críticas exageradas provenientes de sectores que deploraron recientemente el hecho de que asistiera, con mucho ruido y publicidad, al dorado mundo del golf y a la exquisitez de un festival de cine.
Parecería algo normal que cualquier jefe de Estado ejerza el derecho a colocarse en el centro de la atención de acontecimientos de arte o deporte, aún cuando esos actos parezcan corresponder a un ámbito de minorías, a considerable distancia de una realidad cruda como la que se vive en estos momentos en el país que parece estar bajo la espada de Damocles de una reforma fiscal mientras la crisis energética luce más insoluble que nunca y el desaliento invade a muchos observadores por el déficit de atención y recursos para la educación y la salud del pueblo llano. Sin embargo, resultaría inevitable que en el mundo político aparezca cierta hipersensibilidad ante determinados protagonismos del jefe de Estado. Siempre habrá, y no con pocas razones, quienes preferirían verlo más atento a una agenda que parezca acorde, de cabo a rabo, con la realidad dominicana. Además, la posibilidad de que florezcan críticas al aspecto light de la vida de un presidente aumenta si al mismo tiempo el gobierno no difunde informaciones que puedan llevar a suponer que a pesar del golf y el glamur del séptimo arte, el Presidente de la República en realidad pasa más tiempo concentrado en la búsqueda de fórmulas para reducir gastos y equilibrar inversiones que puedan evitar (valga un ejemplo) que mes tras mes se descubra en la áspera frialdad de la ejecución presupuestaria que el proyecto del Metro consume mucho mas recursos que otros programas vitales para la sociedad. Hubo una época en la que el entonces Presidente Joaquín Balaguer se exponía, hasta dos veces por semana, a las preguntas de toda la prensa del país, desde noticiarios radiales hasta la diversidad de los representantes de periódicos. Por ese medio los comunicadores hacían valer, con diferentes efectos, una agenda de puntos apremiantes a la que ineludiblemente el veterano gobernante daba la cara, una y otra vez, y entonces la sociedad sentía que la dinámica presidencial dejaba pocos huecos a la imaginación.
UASD sobre pólvora
Está visto que el conflicto de la Universidad Autónoma de Santo Domingo UASD no se reduce a que profesores y empleados combaten al rector. La contradicción ya envuelve, esencialmente, a la sociedad dominicana en general que no puede mirar con indiferencia el perjuicio que se causa a los estudiantes. El «luchismo» de quienes paralizan la docencia, generan tensiones y desvían a la academia del cauce ordenado en que estuvo hasta hace poco, ha generado un fuerte sentimiento de rechazo. Los entes del movimiento no reparan en que la angustia en que sumen a la mitad del estudiantado universitario del país es un precio demasiado alto para el limitado objetivo de forzar a un cambio de contrato en el seguro para los servidores de la casa de estudios. Es por ello que se percibe en muchos los medios una intensa corriente de opinión en contra de las interrupciones de docencia. Ya el enfrentamiento incluye violencia y daños a las instalaciones físicas de la UASD que han estado en sus mejores tiempos, y la familia universitaria parece avanzar hacia el borde de una desastrosa quiebra del principio de autoridad.
¿Tierra de promisión?
Siempre se ha hablado de fuga de cerebros y de éxodos de mano de obra calificada, pero siempre suponiendo que se trata de una migración que causa desequilibrios por que el viajero promedio ha tenido como meta a los mercados exteriores. Lo nuevo es que importantes núcleos de trabajadores dominicanos estén mudándose desde Santo Domingo y otros puntos hacia la región de Este. Recientemente un prestigioso economista afirmó que este gran mercado que es la Capital de la República con sus alrededores, en el que se concentra casi un tercio de la población en general y cerca de la mitad del consumo nacional, se está quedando sin camareros que son atraídos por esas plazas de expansión de servicios turísticos diseminadas en la región oriental. El fenómeno expone la irracionalidad del sistema educativo, que no prepara a los trabajadores con arreglo a las necesidades de la economía. Por decenios hemos vivido de espaldas a la realidad de que la verdadera riqueza de un país es su gente y ahora lo que se está cosechando es frustración y un crecimiento del desempleo que no se debe tanto a la falta de demanda de obra de mano sino de competencia para poder llenar los puestos que abundan. De otro lado, complace el vigor que muestran las inversiones en la región del Este, tierra de oportunidades que no obligan al individuo a sacar pasaporte y visa para desempeñar trabajos.