“Qué buena amiga es mi suegra”

“Qué buena amiga es mi suegra”

En diciembre del año 1983 Franklin Domínguez, nuestro más prolífico dramaturgo, estrenó en la sala Ravelo su obra “Qué buena amiga es mi suegra”, con un elenco integrado por Monina Solá, Mario Heredia, Amarilis Rodríguez, Fermín Suárez y Tony Sanz.

Cuarenta años después, el Grupo de Teatro Orgánico, fundado por el actor y director Ángel Haché en 2004, llevó a escena en la misma sala esta entretenida comedia.

Sin grandes pretensiones, el objetivo del autor es proporcionar un momento agradable y sobre todo entretenido, como corresponde a toda comedia, con personajes comunes, suegra, hija, yerno, un chismoso y un vecino, con marcadas características de la idiosincrasia del dominicano común.

La suegra es una “dominicana ausente”, viuda, que reside en Nueva York para “vivir su vida”, pero regresa al país por un llamado de su hija, para que venga en su ayuda, dada la crisis matrimonial por la que atraviesa.

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Franklin Domínguez, en contraposición con la forma de actuar que habitualmente se le reconoce a la suegra, la presenta como un personaje unificador, y plantea en forma sutil el problema de ayer y hoy, la incomunicación en el matrimonio, lo que infiere a la obra menos liviandad.

El primer acierto de la joven directora Jennie Guzmán es la escogencia de los actores para cada personaje. La suegra “Genarina”, eje de la trama, es interpretada por Marina Frías, actriz de gran potencial histriónico y versatilidad bufonesca, en el que su cuerpo danza, su rostro es una mímica constante, elocuente, desborda jovialidad y gracia.

La timidez y los constantes “gagueos” expresan la inseguridad y tristeza de “Lidia”, la hija y esposa, condición expuesta con una discreta y correcta actuación de Natalia Abreu. “Julio”, el disipado esposo, es lo opuesto, es todo alegría, abierto y comunicativo, pero irónicamente, no con su esposa, personaje interpretado a cabalidad con gran dosis de humor, por Erlyn Saúl.

Otro personaje propio de la comedia es el chismoso “Claudio”, el típico pendenciero que con sus prismáticos, desde una ventana, observa a los vecinos. La actuación de Amín Capellán es excelente, su rostro es toda una sinfonía de picardía, además, tiene la clave para que la llegada de la “suegra” no sea un problema para su yerno, y le recomienda que la llame “mamá”, así la suegra se convierte en la “buena amiga”. Un vecino, llamado “Siempre Alegre”, es interpretado por Luis Eduardo Díaz, con tal verosimilitud que parecía sentirse muy alegre con su personaje y en un rompimiento de la cuarta pared, se acerca al público y nos contagia a todos de su alegría, con su excelente actuación.

La suegra y su buen hacer no solo consigue unificar la pareja. Con su picardía y coquetería, conquista corazones. Entre el chismoso Claudio y Siempre Alegre surge una rivalidad. Ambos pretenden a la suegra; sus diálogos llenos de humor producen momentos de verdadera hilaridad.

La escenografía de la obra, trabajo de “Tracke Stage”, recrea la modesta sala de la casa de Julio y Lidia; el diseño de luces de Julio Núñez se adecúa a cada escena.

El ritmo de la acción no decae como no decae la risa del público, que fascinado, por momentos interrumpe y aplaude.

La interrelación de los personajes es continua, una mano, una acción unificadora, consigue la perfecta cohesión de los actuantes. Magnífico trabajo de la directora Jennie Guzmán, quien se inicia en la dirección teatral, y a la que le auguramos muchos éxitos en este nuevo sendero. “Qué buena amiga es mi suegra” está escrita como toda comedia para hacer reír o sonreír, con un final feliz, pero el éxito de la puesta en escena dependerá de la capacidad de sus protagonistas, como en esta ocasión.

Les invitamos a disfrutar de esta obra en la sala Ravelo, al tiempo de felicitar el nuevo renacer del “Teatro Orgánico”.