¡Qué bueno que lo bailé!

¡Qué bueno que lo bailé!

POR ALEXIS MÉNDEZ
No llevaba el paseo que daba chance de llegar al centro del salón. Entre tropezones y mecánicas disculpas desarrollaba mi carrera hacia la pista. Y nunca pude bailarlo por completo. No obstante lo bailé.

Y la luna, cansada de hacer guardia sobre el Jaragua, nunca fue testigo de aquel baile. Me la cambiaron por una esfera de «espejitos» que no encontró más cielo que un techo pintado de negro. Y así lo bailé, sin ver que bailaba. Y muchas veces sin ver con quien lo bailaba.

¡Lo bailé con gusto! Fui actor en sus episodios. Violé las noches vírgenes de Santo Domingo al compás de un «Me tiene chivo». Con «El Motor» me deslicé en la discoteca más grande, las calles del Malecón. Con «La Fosforera» y «Las Locas» estiré las piernas, marqué el compás, y mis cinturas insinuaron e insultaron al pudor.

Sí, yo también bailé merengue. Y El que me tocó bailar, para mí fue el mejor. Porque toleró los bombos y sintetizadores de Ventura y de Bonny, y los cellos y violines de Dionis. Porque acogió con nobleza las pinceladas de jazz de Juan Luis, y los aires sinfónicos de Ramón. Con él me involucré en la euforia colectiva de Fernandito, y en los viajes de Wilfrido. En ocasiones, Alex me inspiraba, y quería ser cantante. Buen cantante como Sandy, como Charlie, o como Sergio. Sí, como Sergio, que en el baño me hacía entonar un»La quiero a morir», y fabricar sueños con la hermosa «Marola».

Recibía, cada diciembre, a Milly y a Joselyn, y a Juanita, que siempre me daba mis «rebotes». Con ellas venían Víctor Roque y Henry Hierro, y a veces otra agrupación los acompañaba. En otro avión, desde Puerto Rico, venía Jossie Esteban, con Ringo, y con «Pirulo». Todos traían el alma caliente, deseosos de estar con los suyos. A mí me regalaban un par de zapatos nuevos para estrenar el 24, y amanecer bailando mi merengue.

Una noche, mi merengue conoció a la balada, y también la invitó a bailar. Luego la llevó a cenar, a ver las estrellas, hasta que nació el amor. Ella le entregó sus letras, en ocasiones inéditas, casi siempre ajenas. El pidió permiso a Wilfrido, a Bonny, a Aramis, y redujo su velocidad. Y los arreglos de Manuel Tejada, de Bertico Sosa, de Andrés de Jesús y otros, fueron alcahuetes que apoyaron una relación que todos recuerdan como «los años dorados», a sus protagonistas le llaman «los clásicos».

Ya lo dije. El que me tocó bailar para mí fue el mejor. Porque en el se concentró una generación especial, que desarrolló el más alto nivel creativo en la composición y en la interpretación. ¡Y que bueno que lo bailé! Que agradable es recordar que enmarcó las noches de mi adolescencia. Hoy lo añoro. Lo veo como un punto luminoso en medio de los años 80.

¡Que bueno que lo bailé!… Hoy quisiera seguir bailándolo.

Programamusicamaestro@yahoo.es

 

 

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