¡Qué casualidad!

¡Qué casualidad!

PEDRO GIL ITURBIDES
Tal vez con el propósito inconsciente de que la opinión pública perciba el modo de manejar la economía del Estado, acaba de ocurrir lo increíble. Como resultado de las políticas de exacción al contribuyente, el gobierno central tiene un superávit de once mil cuatrocientos millones en números redondos. Necesita, para continuar la construcción del tren subterráneo, esa cantidad de dinero. ¿Lo toma de aquello que ha percibido por encima del cálculo de los proyectistas presupuestarios? ¡No, contrata financiamiento externo!

      Si el préstamo estuviese destinado a una represa hidroeléctrica tal vez no hablaríamos del tema. Después de todo, la venta de energía eléctrica produce un rápido retorno de la inversión. Y, encima de ello, logra ahorros al sistema económico, por cuanto la electricidad que se hidrogenera disminuye un poco la importación de combustibles fósiles. Además, es una energía superbarata, que se vende cara. Pero el propósito del nuevo contrato de recursos externos se destina a una polémica obra que tendrá que recibir subsidios para su mantenimiento.

      Como vemos, la pura casualidad viene a poner al descubierto un caso flagrante de equívoco gasto público. Puede observarse, a partir del envío al Congreso Nacional de las dos piezas ?el contrato de financiamiento, el presupuesto complementario  que se marcha con una venda en los ojos. Y ¡qué casualidad! Llegan juntos los proyectos, casi de manitas tomadas, lo cual abre anchurosos caminos a las cavilaciones de cuantos podrían preguntarse hacia dónde vamos. Porque la interrogante es válida.

      Admitimos que el metro, iniciado por encima de la opinión de amplios sectores del país, sea terminado. Después de todo, resultaría peor dejar los huecos abiertos en el subsuelo, a lo largo de una vía de concurrido tránsito vehicular y peatonal. Esos huecos podrían ser escondrijo de los malandrines que en este mismo instante acuden a esa vía a desvalijar viajeros y viandantes incautos. Si no los podemos encontrar a plena luz del día, ¡imaginémonos qué ocurrirá cuando puedan esconderse allí abajo! De manera que estoy de acuerdo con que, empezado después de decir que no, que no se construiría, se termine.

      Pero si tenemos esos once mil millones de pesos que son fruto de meterle la mano en la cartera al contribuyente, ¿por qué no utilizarlo en el dichoso metro? ¿Por qué aplicar un financiamiento de origen bancario privado, a no dudarlo oneroso, que se sumará a los requerimientos de recursos operacionales para el tren? ¿Por qué no posponer la ejecución del préstamo y, ya que resulta de un superávit, tomar los mismos once mil millones del ingreso corriente del gobierno central?

      Las infinitas dificultades que confronta el pueblo por estos días se explican en el hecho de que no se hacen las cosas que se deben hacer y en cambio se hacen las que no deben llevarse a cabo. Como ésta. Porque si el sobrante de los ingresos, que, ¡qué casualidad!, es la misma suma y un poquito más de lo que se requiere en este momento para el tren, está en el tesoro público, ¿por qué no apropiarlo con este objetivo? La apropiación se genera por ley. ¿Por qué no escribir un proyecto destinado a este fin? Porque de hacerlo, se harían las cosas que se deben hacer, y eso no se debe hacer, pues las que se deben hacer son las que no se deben hacer.

      En este galimatías reside la dichosa casualidad que, sin quererlo, ha presentado el Poder Ejecutivo para que el país sepa, no hacia dónde vamos, sino hacia dónde nos vamos. Nos vamos hacia las cachimbas de San Juan. La casualidad ha venido a decírselo al pueblo.

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