Visitar a un doliente puede resultar un auténtico desafío, debemos ser bastante sensibles y muy cuidadosos con lo que vayamos a decir.
Boaglio, en su poema “En voz baja”, nos dice que las palabras pueden ser “puentes o balas, caricias y estocadas, la mano abierta o el puño cerrado”.
Las palabras, una vez que salen de la boca no pueden retornar ni ser borradas. En un mundo ideal, los dolientes deben saber que cada persona que viene a dar un pésame o una condolencia está tratando profundamente de hacer lo mejor que puede con lo que tiene, y sobre todo, con las mejores intenciones. Pero la realidad es otra, la persona que sufre y que está herida o lastimada, se encuentra devastada y puede reaccionar de maneras inesperadas.
Hace unos años se acercó alguien a una paciente que acababa de perder a uno de sus hijos en un accidente y le dijo: “no llores, debes ser fuerte, piensa en los otros hijos que te quedan”… y la taza de café caliente que la madre tenía en sus manos fue a parar sobre la otra persona. Alguien con dolor, puede reaccionar de manera violenta y poco razonable. Recientemente, a una madre cuyo hijo tenía cáncer una allegada le dijo “ya verás cómo esto le hará una mejor persona, todo va a salir bien, Dios no da cargas que uno no pueda soportar”. Emitir frases de este tipo es realmente insensible y fuera de lugar.
Nos preguntamos entonces, ¿que decir, si todo puede ser equivocado?, y la respuesta es quizás demasiado simple: nada. La mayoría de los autores coinciden en que lo mejor que podemos hacer es acompañar al doliente de forma silenciosa, con amor y respeto. La tanatóloga y escritora mejicana Gaby Pérez Islas dice que “deberíamos convertirnos en un corazón con dos grandes orejotas”.
Permitir la expresión emocional, en el caso de que el doliente desee desahogarse de la manera que quiera, validando siempre sus emociones, de esta manera podremos saber lo que necesita y si es posible brindar alguna ayuda en ese momento.