Que democracia no significa desorden

Que democracia no significa desorden

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Refiérase que en cierta ocasión el pintoresco, delincuencial y dueño de caprichos artísticos que resultaron beneficiosos para el país, «Petán» Trujillo, recibió una esquela de un amigo solicitándole que le «diera un empleo» en el gobierno a un compadre que era «fiel admirador del Generalísimo» y estaba en la miseria. «Petán recibió con su usual brusquedad hosca al portador. Leyó la misiva, levantó el teléfono e impartió instrucciones. Entonces dijo: Ya está resuelto, usted está empleado, tendrá sesenta pesos de sueldo.

– Pero General -repuso mohino el emisario- yo tengo mujer y cuatro muchachos… sesenta pesos no me alcanzan… ¿Ud. no puede aumentar su generosidad?- agregó con explicable timidez y débil voz el recién  nombrado.

– Mire -repuso Petán- ¿es que usted nunca ha sido empleado público?… los sesenta pesos son para los cigarrillos, lo importante es «lo otro»…

Pues hace más de cincuenta años de la ocurrencia y todavía «lo otro» es lo importante en las posiciones gubernamentales.

Los salarios gubernamentales, empezando por el del Presidente de la República, son absurdos. Sólo el pudor y la decencia, actuando mancomunadamente, hacen posible una actuación decorosa, delimitada por necesidades inevitables para tan altas funciones y para el desempeño de cargos de elevada representación, como vicepresidencias, secretarías de Estado, jefaturas militares, direcciones generales y posiciones que también demandan recursos adecuados -incluso para su eficiente función, ya que no necesitan perder tiempo, dolor y energías en mal distribuir un ingreso que, simplemente, no alcanza para comprar alimentos, medicamentos, electricidad impredecible, agua faltante, gastos de escolaridad y vestuario de los hijos, sin contar diversiones que son insoslayables.

Se trata de la cultura de «lo otro», del dinero mal habido, de las manipulaciones económicas bandoleriles, criminales, depredadoras, rateriles y desfalcadoras.

No tenemos exclusividad en los defectos. Ni de las remuneraciones absurdas.

Cuando me desempeñaba como embajador en Francia, encontré que varios embajadores latinoamericanos unían sus recursos para alquilar un vehículo adecuado, con chofer uniformado, para asistir sin desdoro a las recepciones del más alto nivel. Llámese del Palacio de Versailles o el de Buckingham en Londres, o uno de esos Palazzos de Roma, donde los autos muestran en las puertas traseras el escudo de armas de su propietario.

A veces ha sido peor.

Agregados culturales hispanoamericanos que conocí en Londres sólo comían bien -adecuadamente y abundancia- cuando asistía, en autobús a las innumerables recepciones y celebraciones de Fiestas Nacionales de los incontables países representados en la capital británica.

Por lo visto, con los cónsules se trata de otra historia en el aspecto de las carencias. De otro modo no tendríamos, los dominicanos, veinticuatro vicecónsules, sólo en Nueva York,. Catorce más que los mexicanos.

Se trata de tener «lo otro», o de no tenerlo. «To have or no to have». Con el perdón del amigo William.

Al admirado Presidente Fernández le ha tocado una tarea atroz.

Todos los entuertos no son aplicables al pasado gobierno. Vienen de atrás, desde cuando se cambió la dictadura por la democracia y no se realizó bien tal cambio. Por una razón simple.

Democracia no significa desorden.

¿Qué habría que hacer para corregir tan descomunal error? Esforzarse en la educación cívica, en la educación conductual ciudadana, no sólo en la educación informativa, por muy noble y pródiga que esta sea.

Esforzarse en la educación cívica y en el castigo a las mil patas horrendas de la delincuencia.

Cero impunidad.

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