“Qué destino, Juana: tú cuero y yo guardia”

“Qué destino, Juana: tú cuero y yo guardia”

Mi fenecido amigo Rafael Tejada Mena (Pile) solía destacar con esta frase, que la prostitución y la guardia eran a menudo el destino para jóvenes de familias campesinas humildes pero respetables. Esta sola frase de Pile describe el drama de quienes fueran novios adolescentes al encontrarse por casualidad en un bar de la Capital.


Nací en San Francisco, pero mi primera infancia transcurrió entre Santiago y La Penda, de la Vega, el hogar de mis abuelos y bisabuelos. Por ello, tempranamente pude entender lo relacionado con las diferencias de comportamientos y conceptos entre campesinos y citadinos. La cultura rural ha sido un componente cotidiano en todas las ciudades del país.


Por otra parte, las dictaduras de siglos pasados reactivaron en los hombres del campo el ánimo viril que ya existía durante las guerras de Restauración, cuando las lides caudillistas reclutaron los jóvenes campesinos para la formación de bandos armados.

Luego, la ocupación estadounidense, y la dictadura de Trujillo los reclutaron para formar los cuerpos armados del Estado.


“El hombre para ser hombre, cuatro ha de tener: Su caballo y su revólver, su bohío y su mujer”. (Copla campesina rescatada por Manuel del Cabral).


Poco se ha explorado esa “experiencia urbana, disciplinaria y de poder” de un campesino “enganchado” a guardia o a policía, “rescatados” por estas instituciones; y su vinculación con el machismo, con lo que Adler llamó la “protesta viril”, y su conexión con la violencia urbana, la de la pobreza y la marginalidad, y derivados como el feminicidio.


Se podría relatar la historia de muchos miles de muchachos que ayer y hoy todavía llevan uniformes y ramos en los quepis, cuya única opción decente y viril eran los cuerpos armados. Pero la dictadura, per se, exacerbó el sentimiento viril en nuestras juventudes.

Siendo que, obviamente, solo a una minoría los llevó a las condiciones de vida que anhelaban. Ingresaban a lo urbano protegidos y “privilegiados” por un nuevo marco cultural, en donde la familia y la comunidad originaria perdían mucho de su sentido orientador y referencial.

Pero les viabilizaba su entrada al mundo urbano hostil, protegidos por su uniforme y su nueva filiación, que además les elevaba el ánimo viril que tanto afianzó el poder de las dictaduras.


Pero esos hombres nunca se adaptaron del todo, porque la lealtad a un sátrapa sanguinario también negaba los valores tradicionales familiares de origen. Pero lamentablemente, la violencia del régimen los comprometía, los marcaba y a menudo ensangrentaba sus manos; mientras su ambivalencia psicosocial y emocional le llevaba a sentir desprecio por el desordenado y caótico mundo civil, caracterizado por la informalidad, la improvisación y el cambio constante; difícilmente comprensibles desde su cosmovisión campesina, y su rígida óptica militar.


Pero la pobreza también asediaba a los bajos rangos, y en muchos de esos hogares de militares y policías, también hubo mucha violencia, y más tarde, mucha corrupción.
Porque policías y militares se han visto forzados, con demasiada frecuencia, obligados a responderse a sí mismos: ¿“Con que fuerza se casa un guardia”?

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