Que Duarte se sienta orgulloso de nosotros

Que Duarte se sienta orgulloso de nosotros

Mañana domingo, que se conmemora el 201 aniversario del nacimiento de Juan Pablo Duarte, es una ocasión muy apropiada para decidirnos a que el patricio, en su descanso eterno, comience por primera vez a sentirse orgulloso de las presentes generaciones, para hacer causa común a lo que él decidió cuando se dedicó en cuerpo y alma para que fuéramos libres.

Por eso, la fecha es la más adecuada para que los dominicanos podamos comprender la entrega sin recompensas que aquel joven de 25 años decidió ofrendar a sus connacionales, al fundar La Trinitaria en 1838, como cimiento para iniciar la lucha para la expulsión de los haitianos, que ocupaban la antigua colonia española desde 1822.

176 años después de la fundación de La Trinitaria, Duarte estaría contemplándonos en medio del torbellino que nos arropa e iniciador de la destrucción de la nacionalidad, con invasiones de distintas naturalezas que nos envuelven y hacen sus efectos en la conducta social del conglomerado humano, cuya principal característica es de cada quien procurando resolver sus problemas de subsistencia, arrollando a los demás.

Una de esas invasiones, que nos empujan hacia la disolución, es la liderada por los nuevos estilos de vida que procura el máximo confort, sin importar los medios para alcanzarlo, que ha distorsionado la manera de pensar y llevarnos a que nada nos importa, sembrando la indiferencia frente a lo que nos rodea.

La otra invasión, que nos arrincona y que es vista con indiferencia por muchos sectores, es la protagonizada por los vecinos occidentales de la isla, que en oleadas crecientes, cruzan la inexistente y poco protegida frontera, para encontrar aquí el trabajo, la salud y hasta la educación y tranquilidad que su país fallido no puede ofrecerle.

Así, este 201 aniversario del nacimiento de Juan Pablo Duarte, ofrece a los dominicanos la oportunidad de procurar enmendar y corregir el olvido, en el que siempre hemos ocultado lo que ese apóstol de la libertad pretendió inculcarnos, pero con tan mala suerte que la semilla no fructificó, y la calidad de lo que brotó dio origen a una nación vacilante y arropada por otras consideraciones, en donde el amor a la Patria no era una de esas divisas.

Hoy más que nunca, ante el peligro de una humillación internacional, empujada por las naciones que apoyan más a Haití que a los dominicanos, debemos tomar la decisión de algo que nunca hemos hecho, es rescatar las enseñanzas que Duarte dejó para la posteridad. Este es el momento más indicado para asimilarlas, reflexionarlas y ponerlas en práctica, ante la realidad de una abrumadora presión internacional para que renunciemos a nuestra soberanía, y por ende, a la nacionalidad, para que hagamos de la isla un territorio sin frontera y lugar común para los dos pueblos de la isla.

Por sí solas las debilidades morales que ya nos afectan, debido a tantas influencias externas y presiones internas de modificación de conductas, han erosionado las fuerzas morales que alguna vez poseíamos, ya que ahora es más importante asegurar una posición de realce social con el atropello a los demás. Es difícil sacudirnos de esas modernidades que nos llevan a ser indiferentes a todo lo que ocurre en nuestro país, que si no nos afecta en nuestro entorno, lo ignoramos.

Y lo anterior nos impide, en una fecha como la de mañana, apretarnos los pantalones, de hacernos sentir de que mucho nos importa nuestra nación, y que no nos dejaremos despojar de la misma por nuestra aparente apatía e indiferencia y que se pretenda reeditar lo que ya ocurrió una vez en 1822, y que a Duarte le costó su vida inculcarnos el amor por la libertad y la Patria.

Por eso, ante las pretensiones de los haitianos de que los dejen vivir como chivos sin ley, sin documentos ni controles como si viviéramos en una isla salvaje, debemos cerrar filas en torno a lo que Duarte significó para nuestra libertad y asumir con responsabilidad lo que él quiso fuera nuestra República Dominicana.

 

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