La noche cae. Los ánimos, de repente, se encienden. La vida se vuelve festiva y la ciudad, que todo lo puede, se convierte en un aquelarre en el que los sueños más absurdos buscan realizarse.
Muchos quieren evadir. Buscan en los bares, cafés, lounges, discotecas o como se le quiera bautizar… lo que no encuentran dentro de sí. Junto a la música, el ambiente y la compañía, además de algún trago, se entregan al olvido.
Algunos se entregan tanto que olvidan a los que le rodean. Van a espacios en los que no existe el respeto y se violenta, a golpe de diversión, el derecho más elemental de cada individuo: tener paz.
Ahora, después que las autoridades le pusieron coto al ruido en la zona colonial, deberían hacer lo propio en otras áreas que también se han convertido en un infierno para quienes viven allí. Por ejemplo, para citar casos puntuales, vayamos a Piantini.
Comencemos con la Lincoln, una calle otrora tranquila, que es ocupada por grupos de bebedores que ni siquiera respetan la Clínica Abel González. Hay gente, como mi papá, que en los tiempos de chercha se va de su casa porque no puede dormir allí. La misma suerte corren los vecinos de Mamajuana Café (Roberto Pastoriza 461), un lugar con grandes bocinas en la terraza que coloca los más terribles dembows a insoportable altura y a horas de la madrugada. ¿Quiere verificarlo? Busque en YouTube Mamajuana Café en Santo Domingo.
Denunciado mil veces, este sitio viola la ley pero Interior y Policía le premió con la extensión de horario. El caso, en los tribunales, no avanza. ¿Necesitarán la bendición del Cardenal? A él lo oyen.