¡Que empiece la lectura!

¡Que empiece la lectura!

PEDRO GIL ITURBIDES
Terminó la Feria del Libro. Más de millón y medio de visitantes, y ventas de los expositores por cerca de 45 millones de pesos, hablan del éxito de esta muestra. Los integrantes de la Comisión Nacional Permanente de la Feria del Libro deben sentirse satisfechos. ¡Misión cumplida!

Y sin embargo de ello, la tarea apenas se inicia. Preciso es otorgar al doctor Leonel Fernández la iniciativa de enaltecer el sistema educativo nacional. En su hoja de servicios hemos de anotar su denuedo por aficionarnos a la lectura. Tras varios años de decadencia, él propició políticas que procuran devolver a la educación un brillo que comenzó a tener en 1937 y alcanzó su clímax en el decenio de 1950.

Desde el principio del decenio siguiente comenzó un proceso de oscurantismo, mensurable en la calidad del discente. La consecuencia del deterioro del sistema se reflejó, y refleja, por supuesto, en el egresado. Cabe destacar que el abandono distinguió a casi toda la educación en el continente, como puede advertirse por estudios que realizó en la llamada “década perdida”, la Organización de Estados Americanos (OEA). Tales estudios, incluidas investigaciones y encuestas, se publicaron en varios números de la revista “Educación”, editada por este organismo multilateral.

Los analistas de la OEA vincularon el deterioro a la inversión pública en el sistema. En el caso de la República Dominicana, la disminución de las apropiaciones consignadas en la Ley de Gastos Públicos se reflejó en la formación del docente. Pero también en la provisión de materiales didácticos indispensables a una transmisión adecuada de saberes. Las carencias devinieron en un intercambio inapropiado en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Las organizaciones sindicales, sin embargo, significaron ese abandono en un disminuido apoyo salarial al docente. Este problema, por supuesto, fue factor determinante de la demoralización del profesor, notoria en el ejercicio en el aula.

Hubo, pues, una concatenación de flaquezas. El profesor deficientemente instruido transfiere conocimientos limitados, ya que no puede ofrecer aquello que no ha aprehendido. En la base de esta cadena se encuentran las competencias comunicacionales de la lengua materna. De manera que algo que es instrumento del saber, el dominio de la lectura como vía para dominar la escritura y construir un pensamiento creativo, se asume muy frágilmente.

En 1991 conversé con frecuencia sobre estas deficiencias con el doctor Joaquín Balaguer. Pese a la claridad de nuestro razonamiento, lo que sin duda fue un alud determinado por tiempos de incuria intelectual, no pudo detenerse. En 1998, durante un seminario patrocinado por el Banco Mundial con los auspicios de la Secretaría de Estado de Educación, reiteramos nuestros puntos de vista. Técnicos extranjeros llegaban a sugerirnos entonces, las que eran pautas de administración del sistema que habíamos abandonado pese a la bondad de las mismas, debido a la politiquería.

De ahí nuestro interés de que el éxito de la Feria del Libro no quede en memorias, anales e informes burocráticos. El doctor Fernández mantiene un discurso de apoyo a la educación y a la lectura. El Secretario de Estado de Cultura, José Rafael Lantigua, ha pregonado el interés oficial por el libro en su discurso de apertura de la Feria. ¡Que no se trague la politiquería este intento de recuperar un terreno que lucía perdido!

¡Que la feria no sea más que el principio de una nueva época para formar un país de lectores, un pueblo de pensadores, y por ende, una nación sabedora del derrotero de su porvenir!

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