Qué, en lugar del dólar

Qué, en lugar del dólar

El decreciente precio del dólar reclama la definición de una nueva referencia del valor de las otras monedas. Mientras ello se produce, todos diversifican sus carteras, invirtiendo los ahorros en canastas más equilibradas de monedas, entre las que aún predomina el dólar, sin que nadie sepa por cuánto tiempo.

¿Por qué no salen de los dólares antes de que valgan menos? Temen hacerlo, porque las primeras pérdidas son para sus propias reservas, que se debilitan a la velocidad que se desploma el dólar.

Saben, además, que una corrida contra el dólar puede invertir los términos de intercambio y hacer competitiva la formidable maquinaria industrial norteamericana, de nuevo exportadora de infinidad de productos.

En Europa, sin que sea por virtud de sus economías de tan reciente moneda común, la revaluación del euro, alternativa a la devaluación del dólar, reduce sus posibilidades exportables sin que su mercado interno sea capaz de asimilar su enorme capacidad productiva.

Lo propio acontece en Japón.

La libra esterlina, por su parte, ligada estrechamente al dólar, ya aparece a la par del euro y beneficia las posibilidades de comercio de Inglaterra con las ventajas que esta devaluación le proporciona.

Independientemente de los ajustes en las paridades monetarias, donde siempre asisten factores especulativos, la situación debería culminar con una reducción del nivel de vida de los norteamericanos, un aumento espectacular de su productividad, y, más probablemente, con una combinación de las consecuencias precedentes, después de tantos años sin un ajuste de aquella economía.

En principio, ya se ha vuelto a registrar un crecimiento en los ahorros de los ciudadanos norteamericanos, lo que es reducción de su consumo.

Entretanto, la cabeza tutelar del mundo ha pasado de un G8, sin China, a un G20, con China y las demás potencias emergentes, lo cual es evidencia de que si antes se contó con sus excedentes monetarios para financiar los excesos, ahora se necesitan para aliviar la resaca que sufren los países desarrollados.

En este inmenso ajuste de la economía mundial la única unidad política que ha podido mantener su ritmo de crecimiento habitual es China:

Por una parte, estimulando su economía interna mediante un incremento del gasto público equivalente a 20% del producto nacional.

Por otra, a partir del 28-II-2005 desmontando los impuestos a la agricultura, medida que no puede acreditarse a prevención de una crisis que estaba tan lejos, pero que ha tenido una enorme trascendencia para su desempeño interno, con muy saludables efectos externos en cuando ha sido factor decisivo para que la crisis no paralizara a toda la humanidad.

Ese desmonte impositivo culmina el año próximo, y  en el primer año significó una reducción de 2,410 millones de dólares.

Piénsese que, mientras Europa y Estados Unidos están empantanados en el debate para eliminar los subsidios a sus agricultores, los chinos derogan impuestos que tienen vigencia desde hace 800 o más años.

Ese desmonte impositivo alienta un mercado interno impresionante, en un proceso que provoca el aumento en los costos del aparato industrial, y reduce su capacidad de competir en base a deprimidos salarios en la industria.

Una convulsión enorme, después de la cual sabremos qué sustituirá al dólar como referencia.

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