Desde que uno nace, hay enseñanzas claves del hogar que te marcan para toda la vida y definen tus principios por siempre.
Crecemos asumiendo que lo correcto es pensar en la familia, en nuestras responsabilidades, en todo y en todos; que lo correcto era no hacerle daño a nadie ni hacerle sentir mal con nuestros actos, y así es que vamos creando nuestra propia definición de lo correcto, partiendo de aquello inducido por nuestros padres y tutores, tal como lo aprendido por uno mismo.
Entonces, lo correcto es todo aquello que hacemos, toda aquella decisión que tomamos, todo lo que damos, partiendo desde uno mismo y sin perder para que otros ganen. Es, por lo cual, todo lo que podamos ofrecer, prestar, hacer, servir haciendo feliz a otros sin sacrificar nuestro propio bienestar. Es no hacer sufrir, no causar daño, no robar, no herir, no gritar, no golpear, no abusar, no mentir, no ignorar a nadie, comenzando por uno mismo, la persona más importante en nuestra vida.
De aquí, el hecho de contemplar como bien dicen que: “Lo difícil no es hacer lo correcto, lo difícil es saber qué es lo correcto”.
Al igual que a muchas otras personas, a mí me ha causado molestia, indignación y además mayor preocupación los acontecimientos cada vez más comunes en los cuales se han visto involucrados más personas, funcionarios y políticos en casos de corrupción, mal manejo de recursos, prepotencia, mal comportamiento, malcriadeces, etcétera; y seguro que la falta de valores es quizá uno de los puntos medulares de este problema, muchos han pasado por alguna escuela pero la enseñanza no pasó por ellos.
Anteriormente, era común escuchar que quienes más practicaban este tipo de cosas eran personas sin ninguna preparación y educación, y que debido a ello optaban por tomar el camino incorrecto, era fácil poder decir: hizo esto porque no sabía, no era estudiado, no tuvo otra opción, pero en la actualidad vemos que ya no solo estas personas actúan de esta forma, vemos con mayor frecuencia cómo desde ciudadanos de altos estándares se han visto involucrados en este tipo de prácticas.
Es incuestionable que estamos inmersos en una cultura de violencia, de prepotencia, de total falta de conciencia, donde el factor educación ya no es un diferenciante, vemos cómo el “buen vivir” es admirado e idolatrado y hasta catalogado de “inteligente”; a menudo observamos cómo algunos automovilistas hacen uso de la prepotencia, haciendo doble fila para sobrepasar y evitar hacer cola, llegando incluso a hacer uso de la violencia si se les reclama; o personas que se adelantan en la fila en algún banco, faltándole el respeto a quienes están haciendo las cosas como deben ser; se ha ido perdiendo aquellas buenas prácticas de ayudar al anciano a cruzar la calle, saludar a los demás, de no apropiarse de lo ajeno porque no es correcto hacerlo.
Para mí el escuchar de que hacer lo correcto es relativo…, o ver que al parecer las buenas costumbres y los buenos modales son cosas del pasado, y una persona honesta, trabajadora y educada es vista como un ser extraño que ya no encaja en la actualidad, lo consideran “bolsa”, desfasado, antiguo, mal llamado de la vieja escuela, me provoca pensar que es de suma urgencia tomar cartas en el asunto, mejorar el sistema educativo porque sin lugar a dudas, la falta de la enseñanza en las instituciones sobre moral y cívica también nos está pasando factura, debemos retomar las escuelas como un ente no solo de formación sino también de educación, que los padres de familia tomemos un rol más activo con nuestros hijos.