¿Qué es lo más importante en una relación?

¿Qué es lo más importante en una relación?

Escucharlos fue un agasajo. Ella, con 88 años sobre sus hombros, coincidió con él –de 84- en que lo más importante para que una relación funcione no es el sexo, no es el dinero, ni siquiera es la sociedad y sus influencias, sino… el amor. Así como lo lee, para esta pareja recién casada no hay nada más fundamental que amarse a uno mismo y amar al otro por quién, el cariño auténtico.
 
¿Qué es lo más importante en una relación? Depende a quién le preguntes y sus circunstancias. Si me preguntaste hace 10 años te dije que el dinero para poder cumplir los caprichos y antojos; si hubiese sido cinco años atrás te respondería que el sexo desenfrenado; si me cuestionas hoy concluiría en una respuesta que ojalá siga dando mañana: plenitud emocional.
 
Para llegar a esta conclusión he tenido que gozar y sufrir muchos –no tantos- capítulos emocionales con ella y aquella. Cada una de las personas que estuvo en mi vida aportó algo que me ha convertido en el hombre que intento ser hoy. A veces se ríe mucho, se sufre mucho, se aprende mucho y hasta se desaprende, pero todos esos episodios nos ayudan a ser mejores.
 
Mi primera relación –seria- fue a los 17 años con una mulata preciosa de quién aprendí las mil malabares que un adolescente puede hacer para agradar a una mujer. Todos los días ella recibía un poema con mi firma, menos los martes o jueves –ella sabe por qué-. Como yo no trabajaba, requería explotar mis neuronas creativas para sorprenderla y mantener vigente el conato de noviazgo que nunca se materializó en un año de intentos. Hoy somos buenos amigos, familia elegida.
 
La segunda relación llegó en el preludio de los 19. Fue complicada desde el principio porque en los tres años y medio que duró, su familia lo aceptó en el último trimestre, cuando ella y yo ya estábamos gastados. Esta experiencia me ayudó bastante en asumir responsabilidades y entender que no solo de poemas se puede sostener un noviazgo, también se requieren bienes y servicios que, como pareja, nos vemos compelidos a suplir, no por obligación, sino por comprensión. Ya trabajaba y parte de esos recursos se compartían. Nos aconsejamos a menudo, nos vemos cuando se puede.
 
A los 22 conocí a alguien que marcó mi concepto del amor. Una mujer encantadora, inteligente, cariñosa y muy atenta a los detalles. Nunca tuvimos una relación, pero la carga emocional fue pesada. ¿Qué aprendí con ella? A dar amor incondicional y salir del camino si tu presencia empaña el presente de esa persona. Fueron meses intensos, sublimes, de mucha química espiritual y equilibrio de la energía. Hoy somos canchanchanes, incluyendo a su esposo.
 
Para mi tercera relación ya tenía unos 23 años y a ella la conocí en las aulas universitarias. Desde la primera interacción comencé a crecer porque me retó profesionalmente y eso me motivó a dejar el baile y dedicarme a esto del periodismo. Duramos varios años tratando de superar las comparaciones profesionales que nos hacían, aunque era difícil porque compartíamos oficina. Ella me enseñó –porque siempre fue más madura que yo- a tratar de ser el mejor en lo que hago, a ahorrar, aunque sea un peso- que nunca he aprendido- y sumar responsabilidades a los poemas y la comprensión. No bastaba con querer, era indispensable madurar y no lo hice a tiempo. No hablamos mucho, ella vive en otro país conquistando terreno con su talento profesional.
 
La mujer que llegó a mi vida después es, sin dudas, la más transparente y sana que he conocido. Su compasión y comprensión no tienen límites, está hecha de nubes y su aura brilla, aunque no quiera. Se le nota la sublimidad al danzar, puede crear arte de cualquier cosa y su capacidad cognitiva es tan larga como su cabello. Con ella me casé y, aunque hubo desaciertos -más míos que de ella-, aprendí a ser más comprensivo, a tratar mejor a los demás y manejar con pinzas los sentimientos. Hubo muchos poemas, comprensión balanceada, responsabilidad directa y mucho carburo a la madurez para que llegue a destiempo. Seguimos en constante comunicación, tenemos un hijo.
 
Ahora arribo al presente con lecciones aprendidas que me ayudan a ser un hombre más estable y pleno. Reconozco la importancia del dinero para suplir los bienes y servicios que requiere cualquier relación, ya sé que los poemas no pasan de moda para las mujeres valiosas, aprendí que asumir responsabilidades dentro y fuera de un hogar es parte del todo, comprendí que el crecimiento profesional y laboral no son negociables y que cuidar de la pareja se vuelve una satisfacción si lo haces con buena intención. Soy amigo de todas ellas, y qué bueno.
 
Esas experiencias me han ayudado a ser una mejor versión de quien soy o intento ser, a comprender y asumir que el amor no se trata de encontrar la media naranja, sino el gajo que te complemente porque completarte es una meta que debes alcanzar antes de pensar en unirte a alguien. Aquella pareja de ancianos tiene razón, lo más importante es la plenitud emocional porque solo así experimentas la felicidad en su más palpable esencia, tanto como para ser la persona favorita de alguien, como yo.