¿Qué es peor, la corrupción o la impunidad?

¿Qué es peor, la corrupción o la impunidad?

Pues vea usted que no sabría determinarlo. Lo que puedo reiterar es que ambas son detestables, están estrechamente relacionadas y constituyen un tósigo altamente efectivo para envenenar la función de un país.

Aquí chorrean a raudales ambas malignidades.

Personas dignas de respeto por sus ponderadas opiniones, aseguran que a los jueces “se les bajan líneas” desde las alturas del poder, y que la persecución y procesamiento debería iniciarse más arriba para, por lo menos, disminuir la práctica de siempre castigar a los más débiles.

Me vienen a la memoria un proverbio y una fábula, ambas clásicas multiseculares. La fábula es la del lobo y el cordero, del francés Lafontaine: (“La razón del más fuerte es siempre la mejor”). El proverbio es que “la soga siempre se rompe por lo más delgado”… que tuvo aquí una graciosa excepción durante la Era de Trujillo, a la cual me voy a referir para refrescar un poco la presión de la indignación y el desaliento que no me dan tregua por los comportamientos judiciales.

Siendo el pomposo y hábil licenciado Arturo Logroño secretario de Relaciones Exteriores, hubo un conflicto diplomático y Trujillo reprendió severamente y destituyó a su alto funcionario, que era tan extraordinariamente obeso que ocupaba todo el asiento trasero del vehículo en que se desplazaba. Logroño, que era un personaje muy especial, se limitó a comentar apaciblemente: “Bueno, esta es la primera vez que la soga se rompe por lo más gordo”.

Resulta que el señor procurador general de la República, Francisco Domínguez Brito, en quien teníamos puestas tantas esperanzas, en lugar de llevar hasta las famosas “últimas consecuencias, caiga quien caiga” su apelación al fallo de tres de cinco jueces de la Suprema Corte de Justicia favoreciendo al senador Félix Bautista y otros seis implicados en un expediente a todas luces convincente, pues no… el procurador desiste de la apelación, cuya fecha límite era este recién pasado jueves 19 de noviembre hasta la medianoche.

No confía en la justicia de la Suprema, y eso huele muy mal.

Entonces tenemos su disposición para emprender acciones contra los jueces involucrados en actos de corrupción, pidiendo su destitución y prisión para aquellos contra quienes existan pruebas penales. Declaró que los casos por él denunciados “tienen ramificaciones, enlaces” que obligan a los organismos disciplinarios del Sistema de Justicia (¿?) y al Ministerio Público como órgano investigador, a tomar decisiones colectivas “de manera muy firme, radical si se quiere”.
Señor Procurador… por Dios… ¡claro que se quiere!

Se quiere una limpieza de la Justicia, pero basada en señalamientos probatorios que empiecen en lo alto, sin saltar por presiones y peligros, sin tanta intervención del poder político. Queremos una Justicia tan limpia como sea posible para un ser humano, aunque susceptible a errores, pero con honradas intenciones de limpieza aprisionadas en un fuerte sentido de la dignidad y el adecuado respeto a su jerarquía y graves responsabilidades.

Pero hay que empezar por arriba.

Y no cansarse a medio camino.

Pero en su caso no sé si es cansancio.

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