Que es tan efímero el poder, como
los viejos pianos de cuerdas rotas…

Que es tan efímero el poder, como <BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2004/08/4D538CEE-1C76-42E4-BC99-C5DF0B065E6B.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=460 data-eio-rheight=346><noscript><img
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POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
Las sensaciones son diversas, y las emociones se quedan agolpadas en la memoria, el resto son ilusiones rotas que se acumulan en los procesos largos de fuerzas y poderes, en esa pedagogía de democracia a la cañona, que ha sido nuestra práctica más expedita. Apenas dos días, son dos siglos, para el final de un periodo espectacular en yerros e inventos de teorías para sostener lo que ante la historia, igual será de insostenible.

Y una vez más, como en las leyendas antiguas, vemos el balance del poder mal entendido, del refugio de mentiras y justificaciones banales, porque todo poder siempre llega a su fin, como los grandes o los pequeños conciertos, unos con más gloria, otros con menos o ninguna, que es el caso.

Cuando el poder cesa, cuando la escenografía se va desmontando tela por tela, tarima por tarima, máscara por máscara, utilería por utilería, cuando apenas la puesta en escena ( Mis En Scéne, según el regio tratado de Leon Moussinac ) destornilla todos los elementos que alguna vez la hacieron mágica o tortuosa, a los personajes no les queda más remedio que entregar la ropa de la obra, ponerla en un baúl gigante, tradicionalmente lleno de polvo y olvido.

La representación termina en dos días, simple, que llegaron de repente, para cerrar un ciclo que solo la memoria calificará a su debido tiempo.

Normalmente, quienes ejercen el poder sucumben al trance de una hipnosis que pareciera narcotizada, se van de sí mismos, pierden la mirada de su entorno más lejano, para solo concentrar sus pupilas dilatadas en el círculo, que como ellos, también padecen el mismo enajenamiento, la misma entrega de la conciencia crítica ante sus actos.

Pero el poder es efímero, engaña a veces en los juicios de los comportamientos humanos ante él; rebusca en los vericuetos del alma para encontrar en regiones gélidas e insondables, crueldades abyectas que siempre encontrarán, en el entorno de la hipnosis aludida, perversos creadores capaces de todo justificarlo, tal como como hemos visto en los últimos años, con un pasmoso asombro. Lo que un grupo vive como sueño, la masa lo vive como pesadilla cotidiana; lo que un grupo entiende correcto y atendible, termina lesionando intereses colectivos, que nunca serán resarcidos.

Lo que un grupo vive como grandes logros, los resultados fríos lo retratan malversación y peculado…

Lo más doloroso de estos finales, es tener que constatar que a lo largo de estos años, estos últimos 4 años se agregan a 35 anteriores, la corrupción no es una afrenta de lesa patria, todo lo contrario, ha terminado asimilándose como una figura sociológica distorsionada a la que llaman “movilidad social”.

EL robo de esta categoría de evaluación social, lo ha logrado justamente la impunidad, porque el efecto de demostración pública de la riqueza mal habida y exhibida causa fascinación, porque los objetos de lujo, su impacto, su poder, ejercen en el brillo de estrellas y representatividad, un falso valor que impiden ser señalados como producto de tales prácticas condenables.

Porque en última instancia en relación a los objetos de lujo en la calle, todas las riquezas son homologables, porque en aquella pasarela pública, nadie puede discernir de inmediato sobre el origen dudoso de lo que se exhibe.

Esas son las huellas que deja el poder ejercido del modo que consigamos y que hacen aparentar a quienes lo ejercen de modo doloso, que con esos signos o efectos de demostración, el poder nunca se va o el poder nunca se ha ido.

Entre Shakespeare y Samaniego, las lecciones sobre el poder y su brevedad, son lecciones difíciles de olvidar.

El bardo inglés (de quien se sospecha fue mujer encubierta, Mary Countess of Pembroke, Condesa de Pembroke ) dibujó en cálidas y tristes viñetas teatrales de grandiosa intensidad, dramas humanos que revelaban al final de los grandes enfrentamiento, la futilidad del poder, existe en Shakespeare una línea de análisis en base a personajes esculpidos en la duda humana de la pasión entre el poder y el amor, por ejemplo, la pasión por la sangre y la fuerza, o en su defecto: la obsesión destinista de lo que se cree eterno y la realidad de la sangre y la masacre, nos demuestra que es efímero.

Mas de un personaje masculino o femenino, ha sido modelo para el drama humano, plasmado con la intensidad modélica que hoy conocemos…

En otro universo, pasando del tiempo isabelino al siglo de Oro, Samaniego nos legó con las moralejas de sus fabulas, las menos conocidas, muchas ideas sobre el valor de lo moral y lo humano por encima del poder temporal.

Quizás muchas de esas ideas sean necesarias para reflexionar sobre el fenómeno de transformación que el poder opera en los seres humanos…

El poder terrenal, dícese el de la tierra, es aquel que sirve de prueba a los hombres públicos y privados ejerciendo de líderes ante grandes comunidades.

De lo que se trata es de entender, que es tan efímero el poder como esos viejos pianos de largas cuerdas rotas, colocados en un rincón oscuro, desdentados, arremolinadas las teclas turbias, desencajadas, amarillentas, destempladas.

Pero a veces, puede más la soberbia y la ignorancia humana, para entender estos ejemplos.

Apenas a dos días del 16 del Agosto del 2004, recordar estas ideas nos viene bien y podrían serviles: a quienes dejan el poder y a quienes van al poder, salvando las distancias que cada quien se ha ganado en los hechos de la historia.

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