En los pueblos siempre hubo individuos que se hacían notar, por su gracia, alguna habilidad o incluso sus excentricidades. Los había medio “atronados”, medio vagabundos, pero verdaderamente populares. La gente simpatizaba con ellos, los saludaban por sus apodos; eran objeto de bromas, obsequios y favores, como mascotas de todos, mayormente de niños y pobres.
Por humilde o pequeño que uno fuera, ellos podían darnos la agradable sensación de que éramos importantes para ellos. Recientemente, un amigo le preguntó a un chiripero conocido suyo, qué pensaba acerca del presidente Medina. “Yo creo que es un buen presidente”. _ ¿Pero tú eres perredeísta? _ Sí, pero a ese hombre yo le importo”, contestó el chiripero.
No conozco una expresión de mayor valor político y relacional que se pueda decir de una persona. Tenemos, posiblemente, el presidente dominicano más popular de todos los tiempos. Probablemente por personalidad humilde y cortés, con una afectividad calurosa y tierna que comunica sinceridad. También debido a acciones concretas respecto a algunos de los principales problemas nacionales, y porque se ocupa de campesinos y pequeños empresarios. Acaso también, debido al cansancio emocional de un pueblo que está obligado a sobornar con afecto a sus gobernantes para que no le quiten lo poco que le viene quedando, y nos libre del abuso eterno de los poderosos.
Estadísticamente, no hay pelotero que comience bateando para 500, y mantenga ese promedio. Lo esperable y natural es que la popularidad del presidente disminuya en los próximos años. Pero la popularidad no es la mejor virtud de un presidente. Ser popular, incluso ser querido o aprobado por las gentes, puede no ser un mérito moral. Los hombres más serios, los mejores, muchas veces no han sido populares, y no pocos de ellos han tenido graves conflictos con sectores de poder o de opinión.
Pero en política, como en los negocios, la popularidad suele ser muy rentable. Popularidad suele ser equivalente a aceptación o aprobación, y de eso es lo que más tiene el presidente Medina. Implica que nuestro gobierno tiene legitimidad, que representa la voluntad de las mayorías. Con el tiempo, la gente espera que esa popularidad se convierta en mayor beneficio colectivo, que ese campeón de la popularidad resuelva grandes problemas y alivie las crisis que amenazan la existencia y la paz de todos. El presidente prometió transparencia, acabar con la corrupción y la impunidad, asuntos considerados claves. Si para algo sirve una popularidad tan extraordinaria es, precisamente, para “hacer lo que nunca se hizo”.
El presidente Medina hasta aquí ha cumplido razonablemente bien. Pero aún no llega a obtener logros ni numeritos para el Pabellón de la Historia. Cuenta con tanto apoyo que bien podría gastar parte de su popularidad en causas de mayor trascendencia. De las que Dios ni el pueblo olvidan.
Decía Uslar Pietri que la diferencia entre un loco y un héroe solía ser el sentido de oportunidad. Un jonrón con las bases limpias o poncharse con las bases llenas nunca harán historia. Popularidad y oportunidad, son pasajeras.