¿Qué está pasando en el alma nacional?

¿Qué está pasando en el alma nacional?

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
Los informes cotidianos sobre muertos en actos de violencia y accidentes de tránsito están alcanzando niveles verdaderamente alarmantes que obligan a preguntar qué está pasando en el alma nacional. Por qué el dominicano está perdiendo la gentileza y amabilidad que se le ha reconocido tradicionalmente y que es una de las razones que explica el incremento turístico de las últimas tres décadas.

Durante la última semana de julio se produjeron más de 40 homicidios, 17 de ellos a manos de agentes de la Policía Nacional, sin que nadie se haya rasgado las vestiduras. Lo peor es que nos estamos acostumbrando a un incremento sistemático de la violencia, sin que seamos capaces de adoptar correctivos.

De los 17 muertos por balas policiales hubo por lo menos tres a quienes sus familiares y vecinos consideraron inocentes, víctimas de la peor violencia, que es la producida por los agentes pagados por la sociedad para proteger vidas, orden y bienes.

Uno de ellos, el comerciante Manuel Adalberto Jiménez, muerto por la policía en Jarabacoa, fue despedido con honores por ministros religiosos.

No se debe requerir ser esposa, madre o hijo de Jiménez, para rechazar ese asesinato, para algunos justificado en nombre del combate a la delincuencia.

Moral ni legalmente tampoco se pueden justificar varios más, incluso de elementos que han delinquido, a menudo muchachos de 18 y 20 años, a quien nadie tiene el derecho de privarlos de la vida. En algunos otros casos la muerte puede explicarse porque realmente agredieron a agentes del orden público, incluso cobrando la vida de dos policías.

Lo extraordinario de la última semana de julio no fue el número de asesinatos, sino de los caídos por balas policiales, que en los primeros 7 meses del año promedian l.4 por día, lo que proyecta un total de 540 para el año 2005, cifra que superaría en 144 el total registrado el año pasado, de 357, uno por día, de acuerdo a los reportes que con mucho esmero lleva Radio Popular.

Según estadísticas de la Procuraduría General de la República, en los primeros 6 meses del 2005 los homicidios suman 1,263, lo que representa 210 por mes, 48 por semana y 7 por día. Proyectado a todo el año los homicidios serían 2,526, lo que significa 826 más que los 1,700 que ese organismo registró en el 2004, con un crecimiento del 48.6 por ciento, de un año a otro.

Si consideramos los 4,601 muertos en accidentes de tránsito en el 2004, según los registros publicados en marzo por el Instituto Nacional de Seguridad Vial y Prevención de Accidentes de Tránsito, concluimos en que 6,301 dominicanos y dominicanas murieron violentamente el año pasado, a razón de 17.5 por día.

Una parte de los muertos en calles y carreteras fueron ciertamente víctimas de accidentes, pero otra gran proporción fueron fruto también de disturbios mentales, de la violencia con que muchos conducen sus vehículos, con total desprecio de la vida de los demás y a menudo de la propia.

Estamos enfrentando unas tasas de muertes por violencia sumamente elevadas y preocupantes, que deben llamar la atención de los profesionales de la conducta humana y la salud mental.

Por su parte las autoridades de salud pública deben considerar que estamos ante una horrible epidemia, que es –con mucho– la principal causa de muerte en el país, y por lo tanto amerita preocupaciones y propuestas para reducirla.

La opinión pública debería hacer conciencia del dramatismo de esas cifras y reclamar mayor prevención por parte de las autoridades. Por supuesto que en primer lugar, una transformación profunda de la Policía Nacional, campañas educativas y recursos para la prevención.

El costo humano ya es demasiado alto, al igual que el económico en término de los 53 mil que el año pasado tuvieron que recibir atenciones médicas por heridas de accidentes, de los cuales 14 mil quedaron con lesiones permanentes. Añádase a esas pérdidas la de miles de vehículos destrozados parcial o totalmente en los accidentes.

Tenemos que negarnos a aceptar como normales estas cifras espantosas. Todos los renglones citados merecen estremecimiento y llamado de atención general, especialmente de las autoridades nacionales.

Si no nos conmueve tantas pérdidas de vidas humanas, al menos que nos sensibilice la realidad de que esas tasas de criminalidad y violencia conspiran contra la imagen exterior de un país cuya economía depende en gran proporción del turismo.

Nos deslizamos en una pendiente resbaladiza y hay que corregir urgentemente el rumbo. Por de pronto dejamos la bola en la cancha de los especialistas de la conducta humana: ¿qué está pasando en el alma dominicana?-

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