PEDRO MEDRANO
Tenemos los datos. La desnutrición que aflige a cientos de millones de niños en el mundo no conlleva tan solo una pesada carga moral y humana para la sociedad, sino que tiene también un enorme costo económico que coarta los esfuerzos internacionales para erradicar la pobreza.
Un nuevo estudio, el primero en su clase en la región sobre seis países de Centroamérica y la República Dominicana, que realizaron el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), encontró que tan solo en 2004 el costo de la desnutrición infantil para la región equivalía a un promedio de 6.4% del Producto Interno Bruto (PIB). El costo total para los siete países sumaba 6 mil 700 millones de dólares.
Las pérdidas estimadas para cada país van desde el 2.3% del PIB en Panamá hasta el 11.4% en Guatemala. El hecho de que estas inmensas pérdidas hayan sido cuantificadas exhaustivamente por primera vez, permitirá que quienes formulan políticas públicas en la región puedan tomar las decisiones que ayudarán a enfrentar este problema.
Lo mismo se puede decir de otros países y regiones en el mundo en desarrollo en donde prevalece la desnutrición. Si no se toman las decisiones y acciones adecuadas, el problema continuará frenando significativamente las economías de los países afectados por esta lacra.
Siempre hemos sabido que la desnutrición infantil es una tragedia para los mismos que la sufren y un reproche moral para el resto de nosotros. Ahora tenemos evidencia tangible de que si permitimos que continúe, seguiremos perpetuando un costoso error. Es evidente que no aliviaremos la carga de la pobreza mientras no lidiemos con la crisis de la desnutrición.
En América Latina y el Caribe específicamente, la desnutrición infantil causa estragos especialmente en las comunidades rurales pobres que tienen grandes poblaciones de descendencia indígena y africana. Su sola existencia agrava las manifiestas desigualdades que son las peores del mundo, marginando aún más a los pueblos más vulnerables.
Por su propia naturaleza, la desnutrición en los niños se esconde y se hace casi invisible para gobiernos, comunidades y, en algunas ocasiones, pasa inadvertida por los propios padres de familia. Para un niño en la edad crítica que va de los 0 a 3 años, sin embargo, la desnutrición puede acarrear daños mentales y físicos irreversibles que lo condenan a no poder alcanzar jamás su máximo potencial como miembro contribuyente pleno de la sociedad.
Hasta hace poco, pensábamos que la desnutrición se «resolvería» simplemente por medio del crecimiento económico. Ahora los estudios revelan que la reducción real de la pobreza solo será realidad si atacamos directamente el hambre y la desnutrición que afecta a las personas pobres. Estamos ante una oportunidad de realizar un cambio de paradigma en cuanto a cómo enfrentar la pobreza.
Si es que se desea avanzar hacia la erradicación de la pobreza, los países afectados tendrán que darle mayor prioridad a su lucha contra la desnutrición y reflejarlo mediante mayores y sostenidas asignaciones presupuestarias. De forma paralela, será necesario que la comunidad internacional asigne una mayor cantidad de asistencia para el desarrollo.
Necesitaremos invertir no solo en mejorar la infraestructura económica de los países pobres, sino también en incrementar la inversión en su capital humano. Queda claro que si queremos que los esfuerzos destinados a erradicar la pobreza rindan frutos, debemos comenzar por asistir a los niños con desnutrición, especialmente a los menores de 3 años, quienes el 80 por ciento de sus pequeños cerebros aún se están formando.
Si pudiésemos intervenir y brindar los nutrientes necesarios, alimentos, vitaminas y minerales al igual que los servicios básicos de salud a tiempo, entonces estos niños se salvarían de los efectos negativos a largo plazo de la desnutrición. También debiésemos asegurarnos de que las madres reciban los cuidados adecuados, incluyendo educación en nutrición y crianza básica de los niños.
La posibilidad de erradicar la pobreza está a nuestro alcance. Enfrentarla ahora será infinitamente más barato que lidiar con sus destructivas consecuencias en las décadas venideras. Sabemos qué hacer y tenemos los medios. Si los argumentos morales y humanitarios no fueran suficientes para hacer de la desnutrición infantil algo inaceptable, ahora tenemos argumentos sociales y económicos de peso, justificar que sí hay que acabar con ella.
Pedro Medrano es el director regional del Programa Mundial de Alimentos para América Latina y el Caribe. El PMA es la agencia humanitaria más grande del mundo y cada año alimenta a un promedio de 90 millones de personas pobres para suplir sus necesidades nutricionales, incluyendo 58 millones de niños con hambre en el menos 80 de los países más pobres del mundo.