María llegó al salón con su mamá, hermanitas y una amiga.
La idea era hacerle un peinado para un gran evento al que estarían como invitadas.
Mamá decidió el peinado que llevaría cada una y cada quien por separado fue encontrando su rinconcito en el salón de belleza.
María tiene 14 años y es una niña muy moderna, a su edad ya ha tomado clases de música, ha escrito cuentos, practicado varios deportes y fruto de todas estas actividades la han hecho una niña muy popular y con muchos amigos.
El peinado que habían escogido para María, su madre y la peluquera, era una combinación entre trenzas y cabello suelto que es muy bonita, es un peinado que puede lucir una niña o una mujer dependiendo de como se trabaje puede verse más formal o más infantil.
Al terminar cada una se iba acercando al espejo y comentando qué cosas les habían gustado del peinado y como complementarían con la ropa y accesorios que ya habían previamente escogido. María permanecía parada en el espejo, iba y venía como indecisa y no hacía ningún comentario, pero algo parecía molestarle. Por otro lado todo el mundo estaba de acuerdo con que ese peinado le hacía a María ver muy hermosa y que finalmente estaba comenzando a verse como una chica adulta.
De repente y sin nadie esperarlo, María decidió que necesitaba que hicieran algunos cambios en el peinado, todos estaban un poco sorprendidos, mamá decía ‘pero para que cambiarlo si te ves hermosa’, las hermanas la miraban mientras argumentaban que el peinado estaba perfecto, ella simplemente comenzó a soltar pinchos por un lado, a trenzar por el otro hasta que modificó el mismo peinado a una versión menos sofisticada de la que tenía y sin muchas explicaciones simplemente se giró hacia sus acompañantes y les dijo: “Es que yo así no me sentía como una niña, y yo quiero que mi peinado represente mi edad y como me siento por dentro”.
María sin saberlo, nos había enseñado una lección a todos los presentes: hay que dejar a cada quien vivir sus etapas y dejar que su imagen refleje exactamente lo que es por dentro.