JOSÉ BÁEZ GUERRERO
Estoy de vacaciones fuera del país, y me dio con recordar que Santana pese a su valioso sable, que quizás fue apenas un machete, comenzó a caerme muy mal cuando supe por primera vez que, en sus tratativas con la corona española para lograr la re-anexión, escribió a Madrid que uno de los atributos más favorables de Santo Domingo era que, en ese momento, se trataba de un país con pocos, o casi ningunos, abogados ni periodistas.
Pero mi rechazo visceral, provocado quizás porque al conocer ese dato estudiaba derecho y me iniciaba en el periodismo, al cabo del tiempo, ha disminuido, porque he debido admitir que quizás el aguerrido hatero de Hincha y El Seibo, tuvo una premonición genial sobre la calidad del periodismo criollo.
No recuerdo si el periodista y abogado Rafael Molina Morillo, en su ópera prima que fue una celebrada biografía de Santana, consigna este asunto.
Indudablemente, ha habido periodistas dominicanos de talento inmenso y de honorabilidad incuestionable. Mi favorito ha sido siempre Germán E. Ornes, pero no es el único. Lo triste es que al otear el horizonte actual de la prensa nacional, puede uno dudar y pecar al coincidir con el juicio de Santana.
¿Qué puede pensarse de directores de medios que en vez de dedicarse lealmente a su empleo dirigen simultáneamente agencias de relaciones públicas, o programas de televisión cuyos potenciales anunciantes saben las consecuencias de rechazar solicitudes de publicidad? ¿Y otros directores cuyos programas se transmiten por canales distintos al propio, como burla a sus patronos? ¿Y qué de periodistas que dedican más tiempo a lograr canonjías, como por ejemplo que el Gobierno les construya carreteras y pozos dentro de sus fincas, que a su misión profética de denuncia social? ¿Y los que reciben préstamos bancarios que nunca pagan, porque al banco le dolería más cobrar que dejarse estafar?
Tanta corrupción pudiera tolerarse si al menos el público fuera resarcido o compensado por muestras de talento admirable. Pero estos perioditas me recuerdan que el lexicógrafo inglés Samuel Johnson decía que la ignorancia, cuando es voluntaria, es criminal. Y más o menos en la misma época, mediados del XVIII, Ben Franklin, de quien algunos criminales sólo saben que su retrato aparece en las papeletas de US$100, razonaba que ser ignorante no es en sí mismo vergonzante, pero sí carecer de disposición para aprender. Por ejemplo, si usted es periodista, debe gustarle leer. Y leer mucho, para aprender a pensar claramente y luego escribir coherentemente. Es difícil alcanzar algún grado de competencia como escribidor si la mayor parte de las pocas ideas que se tienen entraron por los oídos en vez de por los ojos; oír no es leer. Imagínese qué escritura puede salir de una cabecita cuyas únicas lecturas (incompletas) han sido Juan Salvador Gaviota, Oh Jerusalén y Águilas Negras, salpicadas con un poco de Mario Puzo. Con razón Goethe concluyó que nada es más terrible que la ignorancia en acción
Otro asunto inexplicable es la inveterada propensión de periodistas a tener cargados oficiales o clases de las Fuerzas Armadas y la Policía, para utilizarlos como choferes, guardaespaldas, vigilantes o celuleros. ¿Qué puede justificar que algún ciudadano privado ande con militares o policías, como si se tratase de algún dignatario? ¿Es que ha hecho tantos servicios especiales que requiere protección oficial? ¿Es miedo?
¿O es sólo otra fanfarronería propia de quienes confunden la clase o categoría con esos signos burdos del poder oficial? A mí me parece que se trata de algo ridículo e innecesario, y que el gobierno debería darle mejor destino a esos recursos humanos tan valiosos, en vez de reducirlos a damos de compañía de manganzones…
Pero quizás los peores son quienes poseen un compromiso político, por convicción personal o por interés, y no lo transparentan. Es legítimo preferir a uno u otro político; lo terrible es preferirlo secretamente y engañar al público.
Creo que nadie debe presumir de ser mejor que otro, pero sí agradecerle a Dios que, al cabo del tiempo, pasa como dijo Duarte, que la verdad sale a flote siempre
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