¡Qué felicidad, Hipólito se va!

¡Qué felicidad, Hipólito se va!

Era el coro que se escuchaba en el play. El Licey ganaba, estaba rumbo a conseguir su espectacular victoria en el torneo invernal, y la gente coreaba a viva voz que estaba feliz de que el Presidente esté pronto a marcharse.

El ¡Licey campeón! tampoco faltó en el transcurso de una noche que fue toda alegría para quienes vestimos en nuestra alma el glorioso color azul. Dejando la pelota de lado, el coro de los fanáticos fue el mejor indicativo de cuál es la percepción que tiene el país del gobierno que eligió por allá por aquel lejano año 2000.

Al día siguiente comenzaba una huelga de la que no se ha dicho todo lo que se debería decir. Según comentan algunos allegados (no puedo ser juez y parte, la verdad), la prensa no cuestionó la «prominente» actuación que tuvo el gobierno durante esa jornada: seis muertos, más de un centenar de heridos y quinientos detenidos.

«La prensa se limitó a dar la noticia, a decir simplemente lo que pasó, nadie hizo un balance, nadie criticó nada», me inquirieron cuando expresé mi inconformidad al ver que se ponía en entredicho nuestro trabajo.

Acto seguido, hubo alguien que dijo: «mataron a ocho personas (oficialmente se habla de seis), es la misma cantidad que muere en la guerra. Fíjate en Irak, es más o menos lo mismo».

Afirmando que el gobierno había salido impunemente a matar a su gente, otros entendían que vivimos a la par que en una férrea dictadura militar (acariciando los métodos democráticos, por su puesto). Escuchándoles, tuve que asentir y reconocer que tenían razón. Sin embargo, algo tengo que decir a nuestro favor: nuestro papel es informar, no juzgar.

Para juzgar, y decir lo que pensamos, están espacios como este, de opinión. Las noticias tienen que ser simplemente eso: el recuento de lo que ha sucedido.

Cuestionar es algo que nos corresponde, es cierto. Pero, ¿seríamos confiables si lo hiciéramos en las noticias? Espero que ustedes me respondan. Mientras, es hora de pensar en el juego inaugural de la Serie del Caribe. Mejía, motivado por su emoción deportiva, se atrevió a tirar la bola inaugural. ¡Qué sorpresa se encontró! Los abucheos, reflejo de lo que el pueblo siente por él, no se hicieron esperar.

Según Sánchez Baret sólo unos pocos lo abuchearon, mientras que una gran mayoría lo aplaudió delirantemente. Ese delirio, ¿de dónde salió? Al parecer, como nadie lo escuchó, quizás fue un lapsus auditivo.

Más fuerte aún es haber acusado al gobierno de Leonel Fernández de asesinar a quienes abuchearon y lanzaron bagazos al entonces presidente durante el sepelio de José Francisco Peña Gómez. ¿Tiene él pruebas de ello? De ser así, debería presentarlas. De lo contrario, por lo terrible de la acusación, no debería aventurarse a decir esas cosas.

En este país nos hemos acostumbrado a hablar muy a la ligera. Todos, con sus modestas excepciones por supuesto, nos creemos en el derecho de decir lo que se nos antoje. Pero, ¿tenemos el derecho de acusar libremente a quien nos dé la gana?

Olvidando las acusaciones, es oportuno reparar en lo que ha sucedido en el PRD. Tras una convención de delegados, hecha a corte y confección con las medidas de nuestro mandatario, el partido están inmerso en el peor de los líos: tienen un candidato que, oficial como el mismo gobierno, para sus opositores está vestido de completa ilegalidad.

¡Cuántas cosas más tendremos que ver! Además de imponerse a su partido, presentar una Ley de Lemas que favorece al fraude y al engaño, ahora vemos cómo el Presidente se burla de su partido organizando una convención que tiene de justa lo que yo de pelirroja. En esa convención no sólo rodaron cabezas -opositoras a la reelección, por supuesto-: se llevaron de encuentro las remotísimas posibilidades de que el partido se pudiera unificar.

Hace tiempo se veía venir que la unidad perredeísta no sería más que una utopía defendida a capa y espada por hombres como Tony Raful, quien ha dicho varias veces que están acabando con el partido.

Peor aún sería lo que podría suceder si los rumores políticos son ciertos: que quiere boletas separadas en las elecciones. Tener una boleta por candidato, algo que se hace en países avanzados, aquí sería un desastre. El dinero tendría alas, volaría para comprar conciencias y boletas, logrando de esa manera que el fraude sea colosal. ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Qué más serán capaz de inventar con tal de imponernos a Hipólito Mejía durante cuatro años más.

Espero, de corazón, que nada de esto se le dé. Que la gente, el 16 de mayo, coree con su voto lo que dijeron aquel día en el play: ¡Qué felicidad, Hipólito se va! Entonces podremos volver a respirar.

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