¿Qué ha pasado con el PLD?

 ¿Qué ha pasado con el PLD?

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
Hace tiempo que me vengo preguntando qué ha pasado con el Partido de la Liberación Dominicana. No me refiero a su estructura, porque sé que la misma ha sido modificada para adaptarla a los nuevos tiempos. Tampoco me refiero a sus lineamientos doctrinarios, porque según escucho a sus dirigentes se trata de una organización que no ha variado su contenido ideológico y sigue siendo fiel al pensamiento de su fundador y líder el profesor Juan Bosch. No me refiero a su membresía, porque sé que ha pasado de un partido de  cuadros a un partido de masas. Ya sus miembros no son tres mil, ni cinco mil, ni diez mil, ni 18 mil, 173 mil, ni 278 mil, sino que ahora se cuentan por millones. Tampoco la pregunta tiene que ver con la participación electoral de este pujante partido.

Todos sabemos que de los 18 mil votos que recogió en su primera participación comicial, en 1978, los sufragios le son contados por millones, hasta el punto de que su candidato presidencial Leonel Fernández ganó las elecciones pasadas,  mayo del 2004, con un extraordinario 57% de los votos. O sea, es obvio que el Partido de la Liberación Dominicana de hoy en día es una organización vigorosa, dinámica, fuerte, con locales propios en casi todas las provincias, con una simpatía  que probablemente supere 40% del electorado, hecho que la convierte en el principal partido político de la República Dominicana. Sabemos también que sus relaciones con los llamados poderes fácticos, o sea, con la Iglesia Católica, con la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica, con el empresariado en su conjunto, con los medios de comunicación y con las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, son excelentes y de mutua comprensión.

Nuestra pregunta va en otro sentido. Cuando uno contempla el ejercicio de gobierno que comanda el PLD, el que cubrió el período anterior, de 1996 al 2000, y este de ahora, que lleva un año, uno necesariamente tiene que preguntarse qué ha pasado con el Partido de la Liberación Dominicana. Claro, al hacer esta pregunta la referencia está implícita. Porque se trata, es obvio, del PLD, del partido creado por el profesor Juan Bosch, del partido que nació para completar la obra de Duarte, del partido que, según su historia oficial, fue gestado como una negación de las prácticas políticas del Partido Revolucionario Dominicano, el otro hijo político del prolífico literato, ensayista y organizador que fue Bosch. Una referencia, repetimos, que tiene que ver con el discurso del PLD, con su práctica contraria al clientelismo y al populismo, con su prédica preñada de alusiones éticas y, por encima de todo, con el liderazgo de uno de los hombres públicos de mayor sensibilidad social que ha dado el país. Se esperaba, por lo tanto, una práctica del poder cercana al discurso que caracterizó  –así, en pasado— al PLD,  una práctica divorciada del clientelismo y el populismo y  una práctica profundamente ética.  Mucha gente que votó por el PLD en 1996 esperó un gobierno cercano a esas características, aun después de la firma del parto del Pacto Patriótico.  Otros fueron comprensivos o pragmáticos y han estado esperando ese gobierno.     

    Cuando el PLD ganó las elecciones de 1996, con el apoyo de la principal fuerza conservadora del país, ocurrió un fenómeno similar al registrado en 1978, cuando el PRD ganó el poder después de estar alejado de él desde 1963. Los empresarios, las transnacionales establecidas en el país y un sector importante de las Fuerzas Armadas abrieron un compás de espera para ver qué haría un gobierno cuyo partido venía de una escuela de izquierda que leía a Marx, se planteaba como misión la liberación nacional y defendía el gobierno de Fidel Castro. Pasado el tiempo, nada pasó. Todos terminaron siendo amigos, grandes amigos y colaboradores.

En sus ejercicios de gobierno, el PLD ha sido un partido de factura conservadora, ampliamente conservadora. Su discurso económico y social y su práctica política son, en esencia, similares a los conocidos en el país. Su gran diferencia está en una estética del poder que lo lleva a enfatizar un sentido del orden que organiza la práctica burocrática, es verdad, pero que nunca afecta la esencia de las cosas. Respeta lo existente, porque teme cambiarlo. Sus prácticas gubernamentales no se asoman a lo que pudiera creerse que sería, cuando sus dirigentes se consideraban más cerca del socialismo que de la democracia tradicional. De todos modos, podría decirse que el sistema ha ganado otro partido, por lo demás un buen partido con dirigentes inteligentes, instruidos, cautelosos y amigos del orden.

bavegado@yahoo.com

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