¿Qué ha pasado con mi país?

¿Qué ha pasado con mi país?

Pues aunque  a ciencia cierta no lo sé, de algo estoy seguro: me lo cambiaron. Me  cambiaron el país los  políticos malvados que permanecían encuevados, ocultos y silenciosos durante los distintos regímenes de fuerza que se impusieron en nuestra república: aplastando  al “noble y sufrido pueblo dominicano”, al decir de un grupo que no sabe uno qué hubiese sucedido de haber éste alcanzado el Poder.

¡Cuánta decepción abate el alma!

¡Dios nos libre de dictaduras, de un lado o de otro! Pero he de reconocer, tal vez con cierto sonrojo, que cuando Bosch planteó la tesis de “Dictadura con apoyo popular”, que era un compendio de actitudes salutíferas y valientísimas, encaminadas a justicia y bien…me pareció algo formidable.

Luego, casi inmediatamente, pensé que este hombre noble, patriota e idealista no habría de encontrar apoyo para la instauración de un mandato fuerte, una dictadura noble dentro de la cual los  corruptos antipatriotas no tendrían cabida.

Nuestro Dios misericordioso debilitó progresivamente sus monumentales capacidades pensantes y se lo llevó de este plano terrenal antes de que pudiese presenciar una debacle moral entre miembros de su entorno.

¡Cuánta decepción abate el alma!

Es que sin educación cívica, sin buenos valores premiados (no sólo en los deportes, que funcionan muy bien), sin aprecio auténtico por la decencia ciudadana, sin justicia que utilice gafas de aumento para bien ver y sin  sólido acatamiento a sabios veredictos, carentes de miedos y de prácticas mercadológicas, así no puede existir progreso como Nación.

Hay una realidad doliente.

No entendemos la democracia. Culpa es de los gobernantes que se apoyan en ella para alcanzar altas posiciones…engañando, mintiendo, comprando conciencias podridas en miserias y carencias.

¡El hambre es tan mal consejero! Y también la moda de la arrogancia, de los artículos de alto lujo: autos exclusivos, relojes costosísimos (aunque marquen horas tristes para el gran pueblo), comidas sofisticadas y vinos de cosecha privilegiada, mientras el pueblo apacienta su hambre con lo que viene a ser menos que “comida chatarra” para ser  himno a una desnutrición repulsiva.

Me acongoja, cuando cruzo frente a uno de esos comedores que acogen clientes a mediodía, ver obreros y otros empleados cuya energía se requiere, comiendo desde un dividido envase plástico, minúsculas porciones de spaghetti, arroz, habichuelas y una tímida fritura de plátano o yuca.

Nos están haciendo pagar muy caro esta “democracia”, que si bien es mejor que la opresión de una dictadura, no es lo justa que debe ser.

Nos llenamos de haitianos.  

Equivale a decir que nos llenamos de desesperados.

Gente que duerme en el suelo sobre un cartón, que apenas se nutre con la cuarta parte de lo que requiere, preparado allí mismo, precariamente, insuficientemente, dolorosamente.

Los dominicanos no resultan tan baratos.

Los haitianos sufren y callan. Están peor en su país  de lo que estamos aquí los dominicanos, muchos de los cuales han descubierto las ventajas del asalto, del tráfico de droga, del “tumbe” trágico.

Por el camino que vamos, o nos convertimos en un narco-estado, un país de asaltos y crímenes horrendos, en el cual pasearse en la calle es un peligro, o tal vez en otro Haití con nueva fuerza en su histórico drama.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas