La respuesta parecería obvia. Pero mucha ciencia se ha hecho descubriendo que lo obvio no lo es tanto.
En años ya pasados, tuvimos la oportunidad de trabajar con Hamlet Herman en un estudio de Origen y Destino contratado a Gallup, durante la implementación de los cambios que se hicieron en el sistema de transporte y circulación vial de la Capital, cual fuere bastante exitoso para esa época.
Ya anteriormente había incursionado en el tema, personalmente, y había publicado un ensayo sobre sociología del espacio vial, producto de mis clases a estudiantes de arquitectura en la PUCMM, libro que algunos arquitectos utilizaron como referencia en varias universidades.
Pero el tema de la circulación vehicular ha sido un asunto de propia seguridad en las vías, y aún sigo muy interesado en el mismo.
Por lo cual, no dejo de pensar cómo resolver muchos de los problemas de circulación, y con frecuencia me pregunto qué hacen tantos vehículos privados en calles céntricas en horas pico, y en áreas ya demasiado congestionadas; particularmente, porque gran parte, si no la mayoría, de dichos vehículos, de uso privado, van ocupados por una sola persona, el conductor.
Nunca olvido aquella vez que volando hacia otro país, le pregunté a un periodista chileno que venía a mi lado, qué impresión le causo Santo Domingo. Su respuesta fue: “Me pareció que una mitad de la población vende billetes de lotería… y la otra mitad se dedica a comprarlos”.
En el fondo, le pareció que éramos unos vagos que llenábamos los espacios públicos haciendo nada.
Desearía contribuir, personalmente o como empresa de investigación, a hacer un estudio para saber por qué hay tantas gentes a cualquier hora laborable movilizándose en las calles y avenidas.
¿Son agentes vendedores, taxistas clandestinos, turistas criollos? ¿O son técnicos que dan servicios en empresas y hogares, o qué cosa son?
Es difícil pensar que esos conductores solistas andan paseando por las calles, o disfrutando de sus desempleos disfrazados, de sus cuartos recibidos desde Nueva York, o qué vaina hacen.
Y cuidado con que es dando vueltas esperando la salida de los colegios, o de las esposas que trabajan en oficinas y negocios del centro.
Si por casualidad se tratase de diligencias en oficinas públicas, entonces, la solución es relativamente sencilla: Saquemos las famosas oficinas de las áreas congestionadas y de dificultoso acceso.
Pero lo que sea, hay que estudiarlo, porque se pueden hacer muchos esfuerzos públicos y privados una vez que hayamos identificado el problema.
Por ejemplo, hacer parqueos públicos baratos y “paradas paradisíacas”, con música y cine baratos o subvencionados, donde estos conductores se recreen mientras esperan, y donde sus esposas y sus niños vayan en transportes de tiro corto (shuttles), también subvencionados por el Estado, o como estaría de moda, el producto de un emprendimiento conjunto entre el Estado e inversionistas privados, preferiblemente no pertenecientes a la élite transportista que tanto problema resuelve como que también genera.
No lo veo imposible, especialmente si le ponemos más empeño a los problemas de circulación.