Qué hacer con el PRD?

Qué hacer con el PRD?

El pasado día 5, los perredeístas celebramos otro aniversario de la llegada al país de Miolán, Silfa y Castillo. Y un justo balance del proceso democrático nos conduce al reconocimiento de una institución partidaria estrechamente vinculada al desarrollo del país. No constituye un exceso consignar que la vida institucional no puede escribirse con objetividad excluyendo ese instrumento vital para el fortalecimiento de nuestra cultura política.
Aunque en su etapa inicial, las discrepancias de sus dos figuras hegemónicas, Juan Bosch y Juan Isidro Jiménez trazaron un modelo de confrontación, la reiterada vocación por desbordar el espíritu de las competencias internas terminó desarticulando la organización de su raíz fundamental: los sectores populares. En esencia, la desaparición de José Francisco Peña Gómez cerró el ciclo de conexión con la agenda liberal que, desde la misma existencia del Partido Azul, recoge los deseos y aspiraciones de amplios núcleos inspirados en un modelo de sociedad plural, menos desigual, solidaria, amiga de la justicia social y promotora de oportunidades para todos.
La mayor tragedia del PRD radica en que los llamados a tomar el relevo no poseen conciencia histórica del rol de la organización. Peor aún, las desviaciones básicas que laceran la tradición partidaria se inscriben en que las figuras encargadas de reconducir ese instrumento, poseen y ejercen un oficio primario desvinculado del verdadero propósito de la política que, se constituyó en prioritario para éstos, en la medida de que sus aspiraciones necesitaron de una toma del control organizacional.
Salvando las distancias y convencido de que en el justo balance de las culpas existen muchos responsables, reconozco que con la salida de Hatuey Decamps, el PRD puso punto final al último referente de la simbología histórica. Con posterioridad a su gestión, compañeros como Esquea Guerrero y Ramón Albuquerque poseían el talento y compromiso, pero los niveles de irracionalidad dinamitaron sus respectivas presidencias porque el poder real descansaba en “otros” grupos deseosos de hacer un partido a su medida. Y así aconteció.
Postergada la agenda ideológica y tomado el partido por los proyectos presidenciales no existía posibilidad de una reorientación. Además, la lógica de las individualidades se impuso frente a lo colectivo dando paso a un régimen de complicidades donde se colocaron al frente de las estructuras a los “manejables” y desde allí perfilaron “liderazgos” que se imponían en el partido, pero generaban disgustos en la sociedad. La bancarrota de una organización se oficializa cuando invierte sus reglas esenciales, pateando valores fundacionales y construye las bases de un sentido del éxito y triunfo “aberrante”. En el orden práctico, ese PRD desvencijado y distante del respeto a la consistencia, provocó el drama de hacer de Fiquito Vásquez y Peguero Méndez exponentes “victoriosos”. Por el contrario, Ivelisse Pratts era replegada a un rol secundario, irrespetando su valor y respetabilidad, y Hugo Tolentino necesitó de que se le colocara en un puesto ganable en el Congreso. Ironías, no?
Es innegable que la candidatura de Hipólito Mejía a la repostulación generó daños terribles. Inclusive, su fortaleza interna sirvió de validador de la candidatura presidencial del 2008, que trazó la llegada tanto a la candidatura como al control del PRD de la mayor aberración partidaria: Miguel Vargas Maldonado.

Cuando un partido es un sentimiento nacional su recuperación es posible en la medida que salte el obstáculo que lo atasca. Y lo viable es reconducir el espacio opositor.

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