¿Qué hacer con los déficits públicos?
¿Dejar crecer el déficit y la deuda o frustrar  larecuperación?

¿Qué hacer con los déficits públicos?<BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2010/06/120151B3-5690-48E3-B2A2-BBAE32DE0FA4.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=307 data-eio-rheight=390><noscript><img
style=

Antes de la crisis económica internacional existía un amplio consenso en sostener que la utilización de políticas fiscales discrecionales de carácter contracíclico no contribuían a la estabilidad económica de un país e incluso podían tener efectos adversos.

Para entonces se consideraba  mejor dejar actuar a los “estabilizadores automáticos”. Porque si caía la actividad económica, el descenso de la recaudación tributaria y el aumento de las transferencias a particulares (subsidio de desempleo) podrían suavizar automáticamente la caída.

Por el contrario, si la economía se recalentaba, el mecanismo actuaba en sentido inverso, contrarrestando en parte el movimiento cíclico.

Lo que sí siempre se ha tenido claro es que la ejecución de la política monetaria puede ser bastante adecuada y oportuna para hacer frente a episodios de recesión o recalentamiento.

Así, la política monetaria llevó la voz cantante en los primeros compases de la crisis financiera que se desató en 2007. No obstante, cuando se agotaron los instrumentos de política monetaria que se han sabido utilizar convencionalmente, los bancos centrales, deseosos de obtener resultados, aplicaron entonces medidas de carácter excepcional, tratando de expandir la liquidez y estimular el crédito por todos los medios.

Desde entonces, los gobiernos se pusieron en alerta para evitar el colapso del sistema financiero y para apoyar a las entidades en dificultades. Y lo que se temía ocurrió. La quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 desató la alarma, convirtió a la crisis en global y puso a muchas entidades financieras en grave riesgo. 

La situación creada.  Con los canales del crédito obstruidos, la actividad real sufrió un agudo frenazo, sincronizado a nivel internacional, que cortó de golpe una larga etapa de prosperidad, excesos y desequilibrios. Ante una inesperada y profunda crisis financiera, que se transmitía inexorablemente a la actividad real, los iniciales reparos a poner en marcha políticas fiscales extraordinarias se dejaron de lado. Los estabilizadores automáticos no servían. Gobiernos e instituciones internacionales decretaron “enfrentar” el combate fiscal. Había que hacer frente al desastre, costara lo que costara. 

Y sigue costando muy caro. En el momento actual, lo peor de la crisis parece haber quedado atrás, pero muchos países alcanzarán este año déficits públicos de dos dígitos sobre el Producto Interno Bruto (PIB), algo inconcebible en periodos de paz. La montaña en que crece la deuda pública parece indetenible. Y los desequilibrios podrían ser ya insoportables. En ese sentido, hoy se distinguen cuatro factores por los cuales se han descarrilado los niveles de déficits públicos: a) por los estabilizadores automáticos, b) por las ayudas al sistema financiero, c) por los paquetes discrecionales de estímulos fiscales y d), en algunos casos, por un comportamiento inestable de ciertos ingresos extraordinarios. De consolidarse la recuperación, los estabilizadores automáticos dejarían de generar déficits, la recomposición de los mercados financieros minimizaría las pérdidas y los paquetes de estímulo fiscal se retirarían a medida que la economía recuperase el tono.

Donde sí está el problema es en considerar de qué forma se dará la actual recuperación esperada. En si será más débil de lo previsto o en si producirán recaídas. En estos casos habrá que ponderar qué es peor, si dejar crecer el déficit y la deuda, con unas crecientes peligrosas necesidades de financiación o cortar de un “fuetazo”, con el consiguiente riesgo de frustrar la recuperación. Un dilema delicado cuya solución, por ahora, está en el aire, y en el que no hay recetas generales, ya que en cada país la situación es distinta. Es obvio que, en periodos de crisis, entrar en balances deficitarios conlleva a que el aumento de la deuda pública pueda llegar a niveles insostenibles. Por ello, ante síntomas de estabilización económica se hace necesario pues empezar a planear la corrección fiscal. Así, en un adecuado plan de ajuste, las tres preguntas claves serían cuándo implementar el ajuste, hasta qué niveles y cuáles alternativas buscarían reducir el déficit.

El debate.  El mundo apuesta a que los procesos de ajuste de los desbalances públicos en la mayor parte de las economías del mundo posiblemente se afiancen casi de forma automática. Esto es, casi sin hacer nada. Aun así, ello no bastará para reducir el nivel de déficit. Porque los déficits se han disparado principalmente como consecuencia de la aplicación de los estabilizadores automáticos, de la discrecionalidad de los estímulos fiscales y, en algunos casos, también del declive de una actividad económica sectorial (o inmobiliaria). Como su nombre indica, los estabilizadores reaccionan automáticamente ante la desaceleración de la economía, ya sea a través de una disminución en los ingresos o un aumento en el gasto público, por ejemplo, en subsidios por desempleo. Aunque pueden ensayarse muchas cosas, lo que sí parece claro es que el inicio del ajuste fiscal debe venir determinado por las circunstancias de cada país.

De ahí se entiende que aquellas economías que partan con un nivel de deuda más reducido necesariamente tendrán un mayor margen para retrasar su corrección fiscal. Aun así, la consolidación fiscal también debe estar ligada al retorno a la normalidad de una economía en particular, ya que empezar el ajuste demasiado pronto, como hizo Japón en los años noventa, también podría provocar una recaída. Pero en general, deberíamos esperar el inicio de una gradual consolidación fiscal en 2010. En buena parte, gracias a la capacidad de los estabilizadores automáticos de reducir el déficit. Ya en la segunda mitad de 2010, las economías más adelantadas en el ciclo podrían empezar a reducir o a no renovar algunas de las políticas discrecionales, siempre y cuando la recuperación muestre un cierto vigor.

De todas maneras, aun cuando buena parte de la reducción del déficit se posponga hasta que la recuperación se consolide, los gobiernos deberían comenzar a dejar bien claros sus planes de ajuste a medio y largo plazo para reforzar su credibilidad. Alemania ha sido uno de los pioneros al forzar constitucionalmente un techo para su déficit fiscal a medio plazo. Por ello, una parte central de este plan debe ocuparse del tamaño del ajuste y, por tanto, al nivel al que se desee situar la deuda del total de la administración pública. Ya sabemos que la capacidad de crecimiento de cada país y las perspectivas de envejecimiento de su población, entre otras particularidades, determinarán el nivel soportable de deuda. Así, una economía con una alta capacidad de crecimiento, a tasas superiores al tipo de interés que paga por su deuda, puede permitirse mantener niveles más elevados de deuda y, por tanto, no necesitará un ajuste tan fuerte.

De la misma manera, las perspectivas de crecimiento del consumo e inversión precisarán de planes económicos coherentes de corrección fiscal, determinando metas de crecimiento en ingresos y gastos públicos en el futuro y fijando límites en la relación de la deuda sobre el PIB. Una vez establecido el nivel de deuda objetivo y el horizonte en el cual deberá efectuarse el ajuste, queda plantear cómo realizar la consolidación fiscal. Hoy se debate que las vías de políticas económicas a aplicar serían esencialmente dos: a) aumentando los ingresos públicos o b) reduciendo el nivel de gastos. Una mayor presión impositiva sobre el trabajo o el ahorro o una disminución de gastos en educación o infraestructuras pueden acarrear un empeoramiento en el crecimiento potencial vía desincentivos al ahorro y al trabajo y a la disminución del capital humano y físico del país. Por el lado de los ingresos, una alternativa más neutral desde el punto de vista del impacto en el crecimiento potencial, aunque a menudo políticamente más costosa, es la subida de los impuestos indirectos.

La cifra

94.9 por ciento.  Es el porcentaje promedio esperado de la deuda pública con respecto al PIB de  20 primeros países en 2014. Para esa fecha, se estima en 4.59% el porcentaje promedio del balance fiscal  respecto al PIB   primeros 20 países.

Zoom

Fases del proceso

La recuperación de la economía internacional se va afianzando. Lo peor de la crisis financiera ha quedado atrás. Sin embargo, para la mayoría de ciudadanos y empresarios la crisis se halla en su punto álgido y los síntomas de recuperación no se perciben. Aun se analizan las tres principales fases del proceso de recuperación. La primera  se inició con la normalización de los mercados financieros internacionales. Hoy, la mayor parte de los indicadores de tensión financiera han recuperado los niveles previos a la crisis y los principales índices bursátiles internacionales se han estabilizado. La segunda  la protagoniza la reactivación de la actividad económica, al derivar tasas de crecimiento positivas. La tercera fase está delimitada en el despegue y expansión económica del mercado laboral, en el aumento del nivel de consumo y la confianza en el futuro inmediato.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas